Ruanda: un humilde homenaje a los ausentes

Compartir

Ruanda: un humilde homenaje a los ausentes

José Manuel Carrillo, del equipo de operaciones, nos cuenta en este testimonio la importancia que para él ha supuesto viajar a Ruanda, un país que siempre estará marcado por el terrible genocidio que sufrió en 1994. Con la voluntad de contribuir a la construcción de una Ruanda del siglo XXI, José Manuel y sus compañeros […]

José Manuel Carrillo, del equipo de operaciones, nos cuenta en este testimonio la importancia que para él ha supuesto viajar a Ruanda, un país que siempre estará marcado por el terrible genocidio que sufrió en 1994. Con la voluntad de contribuir a la construcción de una Ruanda del siglo XXI, José Manuel y sus compañeros de equipo se enfrentaron a tres semanas de formación de las que volvieron con numerosos recuerdos y con la satisfacción del trabajo bien hecho.  

Recuerdo, siendo niño, los almuerzos en familia los sábados y domingos a las 3 de la tarde, justo cuando arrancaba la sintonía del telediario. Aquel año 94, con apenas 12 años, veía pasar imágenes delante de mí sin apenas sentir ni frío ni calor, y escuchaba palabras que para mí entonces carecían de contenido: genocidio. Imposible hacerme una idea de lo que implicaba, pero la vida (casualidades del destino) me quiso llevar al país de las mil colinas para sentir, ver, comprender y rendir mi humilde homenaje a los que el destino (quizá esta vez también por casualidad) se quiso llevar demasiado pronto.

Ruanda se hizo esperar más de lo deseado. Quizá un poco de oxitocina habría acelerado todo el proceso, pero por fin estaba aquí. Verde, limpio, con ambición por crecer mucho a pesar de ser un país pequeño. Hacer la maleta para los viajes de formación es fácil: sota, caballo y rey, pero la ilusión por llegar a un sitio nuevo siempre es la misma. A pesar de volar al sur, no perdemos el norte: mejor educación para más niños.

Primera sorpresa del viaje: salir del aeropuerto y ver calles impolutas, jardines verdes y cuidados y gente caminando por aceras. ¿Habremos aterrizado en algún lugar de Europa? Es Kigali, rodeada de colinas e increíblemente adelantada a pesar de su ubicación.

Y por fin llega el gran día: arrancamos la formación con desconocidos y, media hora después, como dirían los Manolos, somos amigos para siempre. Ellos saben que nos desplazamos hasta allí para echar un cable, y nosotros sabemos que ellos quieren sacar a su país de la desigualdad para luchar por una Ruanda del siglo XXI. Esta vez somos Tomás, Najat, Pamela y yo. O lo que es lo mismo: Italia, Marruecos, Líbano y España. En la riqueza de la diversidad trabajamos para que la educación se convierta en motor de cambio.

El aprendizaje que traes de vuelta

Tres semanas de formación dan para mucho: risas, confidencias, picaduras de mosquito y alguna visita al hospital, pero el aprendizaje que traes de vuelta en la maleta es tan grande que te harían pagar exceso de equipaje. Parafraseando a mi compañera Valeria: somos muy afortunados. No viajamos como turistas a contemplar el espectáculo, nos metemos hasta la cocina para comprender y entender lo que está ocurriendo y así echar una mano de forma más efectiva. Día a día, jornada a jornada, se crean vínculos con todos los asistentes a la formación. Mi herramienta de trabajo: el humor y la sonrisa. Es gratis, no cuesta dinero.

La recompensa al trabajo bien hecho: el agradecimiento sincero de los que allí dejamos (y algún que otro regalito…).

World Vision, Salesianos y La Salle ya están listos y preparados para poner en marcha el proyecto, sabiéndose parte de una gran familia que quiere hacer de este mundo un lugar mejor. Ahora, cuando escucho noticias de Ruanda en el telediario, subo el volumen y escucho atento. Ya no pasará desapercibido para mí, ya no. Ahora somos el uno parte del otro.

También te puede interesar