Día del Refugiado: cuando hay voluntad, hay un camino

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Día del Refugiado: cuando hay voluntad, hay un camino

El 20 de junio es el Día Mundial del Refugiado, una fecha que conmemora la difícil y dolorosa realidad de alrededor de 70 millones de personas en el mundo que se han visto obligadas a huir de sus hogares. Según Naciones Unidas, más de la mitad, casi 25,4 millones, son menores de 18 años. Muchos compañeros en […]

El 20 de junio es el Día Mundial del Refugiado, una fecha que conmemora la difícil y dolorosa realidad de alrededor de 70 millones de personas en el mundo que se han visto obligadas a huir de sus hogares. Según Naciones Unidas, más de la mitad, casi 25,4 millones, son menores de 18 años. Muchos compañeros en ProFuturo conocen de primera mano cómo es el día a día en un campo de refugiados. Saben que la situación es muy complicada, pero siempre hay esperanza. Gracias a nuestra alianza con Kayani Foundation y la American University of Beirut, ProFuturo está presente en Líbano, un lugar que ha visitado recientemente María Lacadena, responsable de país del departamento de planificación y estrategias de África y Asia, y también ha estado en Malawi. En este texto, María nos cuenta cómo son algunas de las historias de las personas que ha conocido en sus viajes a centros de refugiados.

Para mí, una de las cosas mas difíciles de ser una persona refugiada es la falta de control que tienes sobre tu vida, ya que se ve afectada por hechos y decisiones externas. El hecho de no poder volver a tu país y de no tener permiso de trabajo en aquel en el que estás refugiado te hace sentur totalmente atrapado y no te permite poder pensar en un futuro diferente.

Siempre hay historias de superación, por supuesto, ya que luego ves cómo la gente hace frente a la adversidad y ocurren cosas como que alguien crea su propio restaurante dentro del campo, o conoces testimonios de personas que salen adelante como pueden con lo poco que tienen y lo hacen en equipo con sus familias. En el mes de abril hicimos un viaje de prospección a Malawi, donde el próximo curso empezaremos a trabajar en el único colegio del campo de refugiados de Dzaleka, ubicado a escasos 30 kilómetros de Lilongüe, la capital del estado. Recuerdo que fuimos a un restaurante dentro del campo donde cada miembro de la familia tenía un papel asignado para que todo pudiera funcionar lo mejor posible.

Otra cosa que me impacta mucho es ver a todas las organizaciones que se vuelcan con estas personas. En Líbano, donde he viajado en el mes de mayo, se están haciendo verdaderos esfuerzos para integrar a todos los niños posibles aunque sea en educación no formal, dándoles las herramientas para adaptarse al nuevo contexto que están viviendo, que implica un cambio de curriculum y de idioma, y preparándoles para integrarse, cuando sea posible, en la educación formal.

Me parece que es admirable comprobar en persona cómo organizaciones expertas en educación forman a profesores, intentan buscar los mejores recursos para el aprendizaje y sufren enfrentándose a la falta o escasez de financiación.

Ellos nos demuestran que, cuando hay voluntad, siempre hay un camino. Por eso nosotros seguimos recorriendo ese camino junto a ellos.

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