Emilia, la inquietud hecha niña

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Emilia, la inquietud hecha niña

  Emilia Claudette Noy tiene nueve años y vive en la periferia de Luanda, la capital de Angola. Ella es una de las protagonistas de nuestro libro Compromiso con la educación y sueña con tener una casa propia de ladrillo, uno de los anhelos más recurrentes de  su entorno que, en su caso, además, refleja […]

 

Emilia Claudette Noy tiene nueve años y vive en la periferia de Luanda, la capital de Angola. Ella es una de las protagonistas de nuestro libro Compromiso con la educación y sueña con tener una casa propia de ladrillo, uno de los anhelos más recurrentes de  su entorno que, en su caso, además, refleja su deseo de brillar con luz propia, de ser una mujer independiente que decide sobre su presente y sobre su futuro. A su corta edad, Emilia ya tiene miedo a ser excluida por ser mujer, como le sucede a muchas de las niñas de su entorno que ni siquiera pueden ir a la escuela por el mero hecho de ser mujeres. La pequeña vive con su familia en el conflictivo barrio de Huando, en Rocha Pinto, en una casa con tres habitaciones y una cocina.

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Tres cuartas partes de los habitantes de Luanda viven en asentamientos no oficiales, en chabolas o pequeñas casas construidas por ellos mismos que son demolidas sin previo aviso una y otra vez para construir en su lugar nuevos edificios de viviendas para las clases altas del país. En los suburbios la vida sucede a pesar de las duras condiciones, y entre vertederos y casas con techos de latón podemos encontrar supermercados, peluquerías, gimnasios o colegios.

Emilia es la mediana de tres hermanas. Es charlatana, extrovertida, despierta y luchadora; su jornada empieza temprano ayudando a su madre en las tareas domésticas que incluyen limpiar la casa e ir a recoger agua para el aseo de la familia. Cuando ha terminado de ayudar en casa, Emilia se pone la mochila y emprende el camino al colegio, la Escuela Nuestra Señora de Fátima, un centro católico a la que acuden niños y niñas de varias religiones.

En su camino al colegio, algunos compañeros de Emilia tienen que atravesar montañas de escombros y basura, pero ya están acostumbrados y no le dan demasiada importancia porque tienen un solo objetivo en mente: aprender y disfrutar con sus compañeros. A sus 9 años, ella ya intuye que solo la educación la podrá sacar del entorno donde vive y le ayudará a cumplir sus sueños y pone toda su energía en conseguirlo.

La educación primaria es gratuita y obligatoria en Angola pero solo el 40% de los niños acude a la escuela de forma regular. Muchas familias no pueden hacer frente a los gastos asociados que la escolarización, aunque no sean muy elevados. El mal estado de las aulas en las zonas remotas y en los suburbios y la falta de formación del profesorado son algunos de los problemas a los que se enfrenta la enseñanza angoleña. El país lucha junto a diversas entidades por conseguir la no exclusión de la mujer en la sociedad, sin embargo Emilia  siente que no se hace lo suficiente por conseguir este objetivo y manifiesta enérgicamente su postura en un aula dominada por compañeros varones.

A diferencia de algunas de las casas de la zona, la escuela de Emilia es de cemento y ladrillos y tiene diversas aulas que ocupan hasta 50 alumnos en las clases de los más mayores. El colegio se protege de posibles robos o asaltos con barrotes de hierro en las ventanas y puertas y abre sus puertas los domingos para convertirse en una improvisada iglesia.

La clase de las tabletas de ProFuturo es una de las clases favoritas de Emilia. Los compañeros y compañeras de Emilia utilizan las tabletas para estudiar, para consultar material complementario y para hacer los ejercicios y tareas cuyos resultados llegan directamente al equipo del profesor, lo que le permite tener una evaluación individualizada y continua de todos sus estudiantes.

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