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En muchos países del mundo, ir a la escuela no equivale a aprender. Y aprender bien —leer, escribir, entender un texto sencillo, hacer cuentas básicas— está lejos del alcance de millones de niños. No por falta de voluntad. Simplemente, no hay profesores formados. No hay libros. No hay electricidad. A veces, ni siquiera hay un aula.
Las cifras son conocidas y escandalosas. En África subsahariana, nueve de cada diez niños no comprenden un texto sencillo a los diez años. Un porcentaje que dice mucho de la educación que reciben y del futuro que les espera. A la educación superior solo llega una minoría ínfima, y la movilidad social, en estos contextos, es casi una quimera.
La pandemia de COVID-19 dejó claro, además, lo frágil que es el sistema escolar en los países de renta baja. El cierre de escuelas agravó las desigualdades y millones de niños quedaron fuera del circuito educativo. Pero, como a veces ocurre, la crisis también abrió alguna puerta. Forzó a buscar soluciones alternativas, fuera del modelo tradicional. Y entre esas soluciones, el material didáctico digital —contenidos y plataformas diseñados para usarse en dispositivos electrónicos, conectados o no— se ha abierto camino.
No es una panacea. No reemplaza al maestro ni suple la falta de políticas públicas. Pero sí puede, en ciertos contextos, servir como un puente. Una manera de llegar allí donde el sistema no llega.
El éxito depende de que los recursos digitales sean pertinentes: que estén en el idioma de los alumnos, que tengan en cuenta su entorno, que funcionen sin necesidad de internet o de costosos dispositivos. Algunos programas lo han conseguido. BEFIT, en Malawi, o EIDU, en Kenia, muestran que es posible diseñar soluciones sostenibles y de bajo coste que marquen una diferencia en la calidad del aprendizaje.
Este artículo recorre, a partir de un informe de MEducation Alliance, el estado actual del material didáctico digital en los países en desarrollo. Examina sus avances y limitaciones, y plantea qué condiciones deberían cumplirse para que estas herramientas contribuyan, de verdad, a una educación más justa y más inclusiva.
Panorama actual y casos destacados
El uso de material didáctico digital en los países en desarrollo no es una moda ni el resultado de grandes proyectos tecnológicos. Es, en muchos casos, una respuesta de emergencia a la precariedad.
El sistema educativo tradicional, tal como lo conocemos en Europa o en América del Norte, es un lujo en amplias zonas de África, Asia o América Latina. Cuando no hay maestros suficientes ni recursos básicos, cualquier herramienta que facilite el aprendizaje se convierte en un bien esencial. Lo digital se ha colado por esa rendija.
Durante la última década, el interés por los recursos digitales ha crecido. La pandemia de COVID-19 actuó como acelerador. Muchos gobiernos y ONGs se vieron obligados a desarrollar contenidos y plataformas para salvar el curso escolar. No todas las iniciativas han sobrevivido, pero algunas se han consolidado como modelos viables. Malawi, Kenia, Ghana o Gambia ofrecen ejemplos interesantes.
BEFIT y las tabletas solares en Malawi
Malawi es uno de los países con menor conectividad del mundo. Solo el 2 % de sus escuelas primarias dispone de acceso a internet. Y sin embargo, gracias al programa Building Education Foundations through Innovation and Technology (BEFIT), miles de niños pueden hoy acceder a contenidos digitales en su lengua.
El secreto está en la sencillez. BEFIT distribuye tabletas de bajo coste alimentadas por energía solar. Los contenidos —lectura, escritura, matemáticas básicas— están almacenados en los dispositivos, de modo que no dependen de la conectividad. Los materiales se han desarrollado en colaboración con docentes locales, para que tengan sentido en el contexto cultural y lingüístico de los alumnos.
El programa ha recibido el respaldo del Global Partnership for Education. Su ambición es llegar a todas las escuelas primarias del país. No sustituye al maestro, pero proporciona un apoyo valioso en aulas saturadas o en contextos donde los profesores apenas superan el nivel que imparten.
Kenia: EIDU y la personalización del aprendizaje
En Kenia, el programa EIDU se ha extendido sobre todo en el nivel preescolar. La idea es sencilla: una aplicación instalada en teléfonos inteligentes permite a los docentes seguir el progreso de sus alumnos y adaptar las actividades a su ritmo de aprendizaje.
Los resultados son prometedores. Las evaluaciones muestran que los niños que utilizan la plataforma mejoran en comprensión lectora y en cálculo, en comparación con sus compañeros que no tienen acceso a ella.
EIDU trabaja en colaboración con los gobiernos locales. Los datos recogidos por la aplicación permiten identificar dificultades de aprendizaje a tiempo y ajustar la intervención pedagógica. Y todo ello con una inversión mínima en infraestructura.
Ghana: plataformas de formación para docentes
Ghana ha optado por una estrategia complementaria. Junto con el desarrollo de una plataforma de gestión del aprendizaje (Learning Management Platform, LMP), ha creado un Professional Learning Center (PLC), destinado a la formación continua de los maestros.
El objetivo es claro: no basta con introducir tecnología en las aulas: hace falta capacitar a quienes la van a utilizar. El PLC ofrece a los docentes materiales de autoformación, talleres virtuales y recursos pedagógicos alineados con el currículo nacional.
Este enfoque integral facilita que los programas digitales se integren de manera coherente en la práctica educativa.
Gambia: tarjetas SD y televisión educativa
En Gambia, las soluciones son aún más creativas. Dado que muchas escuelas carecen de internet, los contenidos digitales se distribuyen en tarjetas SD, que pueden utilizarse en teléfonos, tabletas o televisores.
Además, se han desarrollado programas de televisión educativa que permiten llegar a las zonas rurales más aisladas. La combinación de materiales digitales y emisiones de radio o televisión garantiza que el aprendizaje no dependa exclusivamente de la conectividad.
Cada uno de estos casos responde a una necesidad específica. Pero todos comparten una misma lógica: adaptar la tecnología al contexto, en lugar de imponer soluciones pensadas para entornos con recursos que no existen.
Si el material didáctico digital se concibe como un bien público, como un derecho y no como un privilegio, podrá contribuir a democratizar el aprendizaje.
Desafíos para la escalabilidad y sostenibilidad
Los ejemplos anteriores muestran que el material didáctico digital puede funcionar en entornos difíciles. Pero la experiencia acumulada también deja claro que los obstáculos para su expansión y sostenibilidad son considerables.
Infraestructura
El primero es el más evidente: infraestructura. En muchas escuelas rurales, la electricidad es intermitente o inexistente. La conectividad, aún más. Y aunque algunas soluciones —como las tabletas solares o las tarjetas SD— permiten sortear estas carencias, el mantenimiento de los equipos sigue siendo un problema. Cuando un dispositivo se avería, no siempre hay recursos ni personal para repararlo.
Fragmentación tecnológica
La infraestructura va de la mano de un segundo desafío: la fragmentación tecnológica. En ausencia de estándares comunes, cada proyecto suele diseñarse con su propia plataforma, su propio sistema. Eso dificulta la integración de recursos y genera duplicaciones. En el mejor de los casos, se desperdician esfuerzos. En el peor, se generan barreras que impiden la interoperabilidad entre diferentes soluciones.
Los expertos consultados por la mEducation Alliance coinciden en este punto: sin estándares globales para las plataformas de aprendizaje digital, es difícil escalar las soluciones más allá de proyectos piloto o de zonas muy concretas.
Formación docente
El tercer gran obstáculo es la formación docente. Introducir tecnología en las aulas sin preparar a los maestros es una receta para el fracaso. En muchos casos, los docentes reciben los dispositivos sin un acompañamiento adecuado. Se espera que improvisen. Y no siempre pueden.
Además, la capacitación inicial no basta. La experiencia demuestra que los programas más eficaces son aquellos que ofrecen formación continua y apoyo pedagógico sostenido. Sin ese respaldo, el riesgo es que los dispositivos acaben en un armario o se utilicen de forma superficial, sin impacto real en el aprendizaje.
Sostenibilidad financiera
Otro aspecto crítico es la sostenibilidad financiera. Muchos proyectos dependen de la cooperación internacional o de donaciones privadas. Cuando los fondos se agotan, el futuro de las iniciativas queda en el aire. Y los presupuestos públicos dedicados a la educación digital son, en general, insuficientes o inexistentes.
Sin una estrategia de financiación a largo plazo, es difícil consolidar los avances. Y difícil también convencer a los docentes y a las comunidades de que el esfuerzo merece la pena.
Inclusión
Por otra parte, la inclusión sigue siendo un punto débil. Las plataformas y contenidos digitales no siempre contemplan las necesidades de los estudiantes con discapacidad, de los hablantes de lenguas minoritarias o de quienes tienen escasa alfabetización digital. El riesgo es que las herramientas diseñadas para cerrar brechas acaben ampliándolas.
Marcos normativos
Finalmente, los marcos normativos son frágiles. Faltan leyes claras sobre protección de datos, calidad de los contenidos digitales o integración curricular. Sin un marco legal sólido, el uso de tecnología educativa queda expuesto a riesgos pedagógicos, éticos y técnicos.
Recomendaciones estratégicas y propuesta de visión
¿Qué tendría que pasar para que el material didáctico digital sea algo más que una solución puntual? ¿Cómo convertirlo en una herramienta integrada en los sistemas educativos, y no en un proyecto efímero?
La primera condición es evidente: hay que combinar lo digital con la enseñanza presencial. Los programas más eficaces son aquellos que refuerzan la labor del maestro, no los que intentan sustituirla. Modelos híbridos, que integren recursos digitales en las clases presenciales, son la vía más prometedora.
La segunda es el acceso abierto. Crear repositorios digitales gratuitos o de bajo coste, con contenidos adaptados a las culturas y lenguas locales, es esencial. Sin esa adaptación, el material didáctico corre el riesgo de ser irrelevante, o incluso contraproducente.
Las bibliotecas digitales deben estar diseñadas para funcionar en dispositivos baratos y en contextos con conectividad limitada. Y deben respetar criterios de calidad y de accesibilidad. Un material que no pueda ser utilizado por un estudiante con discapacidad, por ejemplo, no es un material inclusivo.
El tercer eje es la creación de estándares y políticas claras. Los gobiernos deben definir marcos normativos específicos para el uso de tecnología en educación. Eso incluye estándares de calidad, criterios de interoperabilidad, reglas para la protección de datos y principios éticos de diseño y uso. Sin ese marco, el riesgo de que proliferen soluciones fragmentadas o poco rigurosas es alto.
El cuarto elemento es la formación docente. Los maestros no solo deben saber manejar los dispositivos, sino también integrarlos de manera efectiva en su práctica pedagógica. Y eso exige programas de formación continua, adaptados a los contextos reales de las escuelas.
El quinto aspecto clave es el uso ético de los datos. La tecnología permite recoger información valiosa sobre el aprendizaje de los estudiantes. Utilizar esos datos de manera responsable puede contribuir a personalizar la enseñanza y a identificar dificultades a tiempo. Pero sin una regulación adecuada, el uso de los datos entraña riesgos.
El sexto punto es la sostenibilidad financiera. Los gobiernos deben asumir la responsabilidad de financiar las iniciativas más prometedoras. No pueden depender eternamente de fondos de cooperación. La integración del material digital en los presupuestos educativos es una condición indispensable para su sostenibilidad.
Por último, el enfoque debe ser siempre inclusivo. Las poblaciones más vulnerables —niños con discapacidad, hablantes de lenguas minoritarias, niñas en contextos donde la escolarización femenina es baja— deben estar en el centro del diseño de las soluciones digitales. La equidad no puede ser un añadido; debe ser un principio rector.
Conclusión
El material didáctico digital no salvará la educación en los países en desarrollo. Pero sí puede ofrecer un apoyo valioso allí donde el sistema tradicional no alcanza. No se trata de sustituir maestros ni de inundar las aulas de dispositivos. Se trata de utilizar la tecnología como una herramienta complementaria, diseñada con sentido común, adaptada a los contextos locales y pensada para mejorar la calidad del aprendizaje.
Sin embargo, el riesgo de que el material digital se convierta en un nuevo generador de desigualdades o en una moda pasajera impulsada por intereses comerciales es real. Evitarlo exige políticas públicas claras, inversión sostenida y un compromiso ético con la equidad.
Por todo ello, el reto es gigantesco. Pero también lo es la oportunidad. Los países en desarrollo tienen la posibilidad de no replicar los errores de los sistemas más avanzados. De construir modelos propios, coherentes con sus realidades y sus necesidades.
Si el material didáctico digital se concibe como un bien público, como un derecho y no como un privilegio, podrá contribuir a democratizar el aprendizaje. Y a ofrecer a cada niño, incluso en la escuela más aislada, la posibilidad de leer, de escribir, de comprender el mundo. A veces basta con eso.