De la ciencia-ficción a los informativos
La inteligencia artificial ha saltado de las páginas y los fotogramas de la ciencia ficción a nuestro día a día. Lo que un día imaginaran autores clásicos como Isaac Asimov o H.G. Wells y que hace tan solo 30 años podía parecernos increíble, hoy forma parte de nuestro día a día. ¿Máquinas que ayudan a los radiólogos a mejorar radicalmente la detección temprana de un cáncer? Hecho. ¿Coches que se conducen solos? Hecho. ¿Traducción simultánea en todos los idiomas en un dispositivo que cabe en la palma de la mano? Hecho.
La gran eclosión de big data y la analítica avanzada, facilitada por el abaratamiento espectacular de los costes de almacenamiento y procesado de datos, y por su generación masiva, ha permitido, hoy, hacer realidad el sueño, iniciado en los años 50, de una inteligencia artificial que pueda ayudarnos a encontrar solución a algunos de los problemas más recurrentes de nuestras sociedades.
La inteligencia artificial se cuela cada día en nuestras vidas, en multitud de gestos cotidianos, sin que muchas veces seamos conscientes de ello. Cuando desbloqueamos el teléfono móvil con reconocimiento facial, un algoritmo de inteligencia artificial identifica nuestro rostro respecto a otros millones de caras para asegurarse de que, efectivamente, somos nosotros quienes estamos accediendo a nuestro teléfono; cuando vemos una serie o una película o escuchamos música en una plataforma digital, el recomendador de contenidos que nos dice la siguiente serie a ver o la próxima canción a escuchar es, de nuevo, un algoritmo de inteligencia artificial; cuando vamos en el coche, navegando con el sistema GPS, sus indicaciones están construidas a partir de una inteligencia artificial que analiza múltiples datos sobre cómo está el tráfico en una zona y cómo ha estado históricamente y, en función de eso, nos sugiere la mejor ruta para llegar a nuestro destino.
También las empresas las usan de forma continua en cosas que nos afectan positivamente. Lo hacen los bancos, pioneros en el uso de la inteligencia artificial para luchar contra el fraude, detectando comportamientos anómalos que puedan ser fraudulentos y minimizando el riesgo de que alguien robe nuestra cuenta bancaria o haga operaciones en nuestro nombre. También lo hacen las grandes empresas industriales con lo que se llaman “algoritmos de mantenimiento predictivo”, que pueden predecir si algo va a fallar en sus sistemas, y arreglarlo antes de que ocurra. Por no hablar de la medicina, donde la inteligencia artificial tiene grandes aplicaciones, tanto en la fase de diagnóstico como en la fase de tratamiento, y va a cambiar radicalmente la forma en la que recibimos los servicios médicos, ayudándonos a tener mayor esperanza de vida y a vivir con mejor calidad.
En educación, la aplicación de la inteligencia artificial y la analítica de datos también abre un amplio abanico de posibilidades. Además de ayudarnos a predecir, por ejemplo, los casos de abandono y/o fracaso escolar y anticiparnos a ellos, la IA nos permite personalizar los itinerarios formativos de los alumnos, monitorizar su seguimiento, predecir sus resultados y recomendar próximos pasos; también puede proporcionar a los profesores mejores herramientas para apoyar esa formación personalizada y liberarles de pesadas tareas administrativas para que puedan centrarse más en el contenido de las clases.
Algoritmos éticos, transparentes y explicables
En definitiva, nos encontramos ante una oportunidad histórica que, bien usada, podría mejorar mucho nuestras sociedades en todos los niveles. Sin embargo, como cualquier tecnología, si se utiliza de forma inadecuada, conlleva una serie de riesgos igualmente importantes.
Estos riesgos pivotan, sobre todo, en torno a tres conceptos que son absolutamente claves en el desarrollo de la inteligencia artificial: la ética, la transparencia y la explicabilidad de los algoritmos.
Para que un algoritmo sea ético es crítico asegurar que los datos que van a enseñar a ese algoritmo carecen de sesgos y son datos que están conformados de una manera ética, de una forma justa, diversa e inclusiva, contando con todos los colectivos, sobre todo cuando tratamos con datos de personas.
Además de éticos, los algoritmos de inteligencia artificial deben ser transparentes y explicables. No pueden ser “cajas negras” en cuyo interior no sabemos bien qué ocurre. Tenemos que entender cómo funciona el algoritmo, qué resultados está generando y por qué generan los resultados que generan. Se trata, en suma, de entender el comportamiento que están teniendo, las fórmulas, la matemática que hay detrás.
Estos principios de ética y transparencia son críticos para hacer que la inteligencia artificial se convierta en un catalizador de la transformación social a mejor; para que la tecnología se ponga al servicio de las personas y nos permita vivir mejor centrándonos en los aspectos más creativos y que nos hacen más humanos.
Afortunadamente, el modelo regulatorio de la Unión Europea está orientado en esta dirección y los organismos públicos y las grandes empresas están centrando sus esfuerzos en ello (Telefónica publicó en 2018 sus Principios éticos sobre el uso de la inteligencia artificial y colabora intensamente con la UE y con algunos organismos multilaterales en Latinoamérica para garantizar que la ética y la transparencia sean principios inviolables del desarrollo de esta tecnología).
Por su parte, la transparencia y la explicabilidad de los algoritmos deben apoyarse necesariamente en la educación y la formación. Para hacer un uso adecuado de la inteligencia artificial es fundamental que las personas entiendan, cada vez más, qué es, cómo funciona y cuándo están interactuando con una.
Al igual que aprendimos a utilizar las innovaciones introducidas por anteriores revoluciones industriales, y hoy sabemos usar un ordenador, un teléfono inteligente, un coche o una lavadora, debemos aprender cómo funcionan estas inteligencias llamadas a transformar nuestro mundo de forma tan radical. Y para eso, la educación es clave. Por eso, desde la edad infantil, igual que se está empezando a introducir la formación en programación e informática, las niñas y niños deben aprender sobre pensamiento computacional, algoritmos e inteligencia artificial.
Como vemos a diario, las posibilidades y los beneficios que pueden brindarnos estas nuevas tecnologías son inimaginables. Pero deben tener unos límites muy claros: la ética y el respeto a los derechos humanos. Tenemos ante nosotros una gran oportunidad inédita en siglos y generaciones. El momento es ahora: construyamos una inteligencia artificial ética, transparente e inclusiva, que permita igualdad de oportunidades y el progreso económico y social de nuestra civilización.