Coches que se conducen solos; pequeños aparatos que, al escuchar tu voz, encienden luces, te ponen esa canción que estás deseando escuchar o regulan la temperatura de tu casa; robots que llevan a cabo complicadas operaciones médicas; desastres naturales, grandes flujos migratorios… el siglo XXI ha traído consigo enormes y acelerados cambios tecnológicos, naturales y sociales que están transformando sustancialmente el mundo en el que vivimos. Estas transformaciones han precipitado la necesidad de un nuevo tipo de formación y educación que se adapte a las necesidades de esta nueva realidad y a los retos que esta ha traído consigo. ¿Cuáles son estos retos y cómo podemos hacerles frente desde la educación?
Los ciudadanos del futuro
Cambia nuestra forma de interactuar con los otros y con el entorno
La evolución radical y vertiginosa de la sociedad de la información ha producido cambios muy notables en la manera en la que nos relacionamos con los demás y con nuestro entorno. Un claro ejemplo de esta transformación es el de las redes sociales que, a veces, propician actitudes poco empáticas y, paradójicamente, antisociales. Otro ejemplo, igualmente paradójico, es el del acceso a información ilimitada: hoy, que tenemos la posibilidad de conocer cualquier dato, en tiempo real, en cualquier momento y en una milésima de segundo, nos hemos convertido en unos “analfabetos mediáticos” (OCDE dixit), víctimas fáciles de bulos y noticias falsas.
Por eso necesitamos ciudadanos críticos, capaces de examinar de forma crítica la información que reciben; de analizar, también críticamente, los acontecimientos relevantes que suceden a su alrededor. Ciudadanos que no compran mentiras sin pensar. Personas que intentan entender lo que pasa a su alrededor y buscan soluciones para mejorar el mundo en el que viven.
Cambio climático
Lo sabemos desde hace años: estamos poniendo una gran presión sobre nuestro planeta y las consecuencias del cambio climático están ya haciéndose notar de forma cada vez más evidente. Necesitamos cuidar mucho más de nuestro entorno y de los recursos naturales del planeta.
Por eso necesitamos ciudadanos sensibles con el planeta, respetuosos con el entorno en el que viven y comprometidos con la sostenibilidad ambiental.
Automatización del mercado laboral
Las nuevas tecnologías han cambiado radicalmente el mundo del trabajo y la naturaleza de las relaciones laborales. Muchos trabajos, susceptibles de ser automatizados, desaparecerán y, a cambio, surgirán otros puestos de trabajo completamente nuevos y que ahora ni siquiera imaginamos. Además, tendremos que aprender a convivir con nuevos compañeros de oficina. Unos compañeros muy especiales: los robots y la inteligencia artificial se convertirán en colegas de trabajo. Esto significa que tendremos que aprender a convivir con ellos y que la gente cambiará de trabajo y orientación laboral muchas veces a lo largo de su vida.
Esta automatización va a perjudicar, sobre todo, a los trabajadores menos cualificados por lo que, si no hacemos algo por remediarlo, el crecimiento y la riqueza generado por las nuevas tecnologías no va a alcanzar a las personas y países más vulnerables, perpetuando así la brecha económica, social, digital y educativa.
Por eso necesitamos ciudadanos digitalmente capaces; que sepan entender cómo funcionan sus nuevos compañeros de trabajo y sacar partido de sus posibilidades; ciudadanos creativos y empáticos, que sepan potenciar y aprovechar sus cualidades más humanas, para diferenciarse de las máquinas y robots que realizan otro tipo de tareas, tediosas y repetitivas; y ciudadanos resilientes, capaces de adaptarse a los cambios que van a producirse a lo largo de su vida laboral.
Cambios demográficos
Según datos de la Organización Mundial de las Migraciones, en 2020, existían 280,6 millones de migrantes internacionales en todo el mundo. A esto hay que sumar los últimos datos de ACNUR, que nos dicen que 82,4 millones de personas han sido desplazadas por la fuerza de sus hogares, buscando un lugar seguro, bien a través de las fronteras, o dentro de sus propios países. Esto quiere decir que nunca han existido en el mundo tantas personas viviendo fuera de sus países de origen. Nuestras sociedades son cada vez más diversas, heterogéneas y multiculturales, lo que, en algunas ocasiones, está produciendo tensiones étnicas y raciales que cada vez se manifiestan con más fuerza.
Por eso necesitamos ciudadanos abiertos, tolerantes, con capacidad y disposición para solucionar conflictos, para ponerse en el lugar del otro.
Resumiendo: necesitamos ciudadanos críticos, resilientes, activos, empáticos, responsables, versátiles, conscientes de su lugar en el mundo, con capacidad de colaboración, de aprendizaje constante, de trabajo en equipo, creativos, innovadores y conscientes, muy conscientes, de su poder para cambiar el mundo. Necesitamos ciudadanos globales.
La educación tras la revolución tecnológica
¿Y cómo se hace un ciudadano global? Como casi siempre, la educación es la respuesta. La escuela desempeña un papel fundamental a la hora de desarrollar las competencias necesarias para convertir a los niños y niñas de hoy en ciudadanos globales del mañana. Pero, ¿están nuestros sistemas educativos preparados para formar a estos ciudadanos globales? La mala noticia es que, de momento, la realidad nos gana por goleada. Mientras la sociedad avanzaba a un ritmo acelerado, nuestros sistemas educativos se quedaban anclados en el pasado, aferrados a una educación que obedecía a las necesidades de una revolución que no es la nuestra, sino la de nuestros tatarabuelos. En general, la revolución industrial necesitaba de personas pasivas y trabajadores “uniformes” y en este contexto nacieron los sistemas educativos que han llegado hasta nuestros días.
Sin embargo, como hemos visto, el orden mundial ha cambiado. Y sus ciudadanos también. Por eso necesitamos que los sistemas educativos diferentes que se adapten a las nuevas reglas del juego. La buena noticia es que estamos empezando a entenderlo y que la tecnología puede ayudarnos a recuperar el terreno perdido y a igualar el marcador. Así, si bien es cierto que hasta ahora la formación “tradicional” sigue enfocada en las habilidades estrictamente cognitivas, la formación en habilidades transversales, propias del desarrollo de la ciudadanía global, están empezando a cobrar importancia en la agenda de la mayoría de instituciones educativas, gubernamentales, intergubernamentales y no gubernamentales, a través de diferentes programas curriculares y extracurriculares que ya están empezando a implementarse en numerosos centros educativos en todo el mundo.
La ciudadanía global para romper el círculo de la desigualdad
La confianza en nuestras propias capacidades es una de las armas más poderosas de cambio: ver cómo podemos hacer cosas para cambiar nuestra realidad y la de nuestro entorno. Esto es especialmente cierto en entornos vulnerables en los que, a veces, el determinismo familiar y sociológico se impone para perpetuar una situación de pobreza hasta el infinito.
Sin embargo, se ha demostrado que cultivar y trabajar las creencias y las habilidades socioemocionales de los estudiantes puede llegar a influir en sus resultados académicos el doble que otros factores como el origen socioeconómico de sus familias. Esto significa que el origen familiar no tiene porqué definir el futuro de los estudiantes vulnerables si en la escuela se trabajan las habilidades adecuadas.
Esto también nos lo han contado algunas personas que trabajan con niños y niñas en entornos vulnerables. Por ejemplo, Beatriz Ríos, coordinadora de educación en Fundación Telefónica Movistar Uruguay, nos lo contaba cuando nos habló del valor del pensamiento computacional como detonante de habilidades socioemocionales: “El pensamiento computacional les da la opción de poder ampliar su mundo y sus posibilidades: empiezan a ver que, de poco a poco, van pudiendo, van resolviendo; y eso es sumamente valioso porque, muchas veces, no solo plantean cambiar su situación, sino cambiar la situación de su contexto, cosas que sus padres ni se las habían imaginado o no se lo creían.” También, recientemente, la educadora Dina Buchbinder nos contaba cómo una niña participante en su programa “Educación para Compartir” le había contado como con su iniciativa se había sentido útil por primera vez en su vida.
Muchas preguntas, una sola respuesta
El primer cuarto del siglo XXI, a punto de concluir, nos deja muchas preguntas por contestar: ¿cómo logramos desarrollar ciudadanos críticos, comprometidos y respetuosos con su entorno? ¿Cómo sacar partido de la multiculturalidad para mejorar las sociedades en las que vivimos? ¿Podremos educar a futuros ciudadanos que potencien sus cualidades más humanas para complementarse con máquinas y robots? ¿Cómo vamos a resolver los conflictos éticos que nos plantea la convivencia con la inteligencia artificial? ¿Cómo integrar en las escuelas a los millones de niños que se han visto obligados a dejar sus hogares? En la respuesta a estas preguntas es donde las competencias cívicas y globales tienen mucho que decir porque son estas habilidades las que van a enseñarnos a entender el mundo en el que vivimos. Solo así seremos capaces de resolver los retos del futuro y de aprovechar todas las oportunidades que nos brinda.