Retroalimentación formativa: cómo transformar la evaluación en aprendizaje

Enseñar no es corregir, y evaluar no debería ser sentenciar. La retroalimentación formativa propone otro camino: transformar la evaluación en diálogo, orientar en lugar de juzgar, escuchar para ayudar a mejorar. Fundación “La Caixa” y SUMMA lo desarrollan con claridad en una guía editada y respaldada por la Education Endowment Foundation. Una invitación a repensar la enseñanza desde la confianza, el error como oportunidad y el aprendizaje como proceso compartido.

Retroalimentación formativa: cómo transformar la evaluación en aprendizaje

Retroalimentación formativaVivimos tiempos en los que el aula ya no admite modelos únicos. Evaluar no puede seguir siendo un trámite de control. Hoy, más que nunca, toca convertir la evaluación en aliada: una herramienta que, más allá de calificar al estudiante, lo ayude a crecer. En eso insiste la Guía Docente  de Retroalimentación formativa, que defiende una idea sencilla pero increíblemente potente: decirle al estudiante no solo en qué falla, sino cómo avanzar.

El documento, respaldado por SUMMA y la Fundación «la Caixa», y elaborado por Rebeca Anijovich, bebe de investigaciones internacionales (como las de la británica Education Endowment Foundation) y plantea una idea básica: dar al alumno información útil, concreta y oportuna sobre su desempeño mejora la motivación, afina el pensamiento y fomenta la autonomía.

Aquí van las claves: menos exámenes-sentencia y más comentarios-orientadores: menos “lo hiciste mal”, más “aquí podrías mejorar”. No se trata de ser indulgente, sino útil. De enseñar mejor. Así de simple. Así de difícil.

¿Qué entendemos por retroalimentación formativa?

La guía comienza diferenciando claramente la retroalimentación formativa de la calificación tradicional. Mientras esta última se limita a asignar un número o letra a una producción estudiantil, la retroalimentación formativa ofrece información cualitativa sobre logros, desafíos y caminos posibles de mejora. No responde solo a la pregunta “¿qué hizo bien o mal el estudiante?”, sino a otras más eficaces: “¿Qué hacer ahora? ¿Cómo avanzar? ¿Qué falta para alcanzar los objetivos de aprendizaje?”

Esta forma de evaluar se inscribe en una visión inclusiva de la educación. Según la guía, mientras la lógica selectiva de la evaluación asume que solo algunos estudiantes logran aprender exitosamente, la retroalimentación formativa confía en que todo el alumnado puede mejorar si se le proporciona la orientación adecuada. Implica considerar a cada estudiante como un sujeto activo en su proceso de aprendizaje, con derecho a conocer sus fortalezas y áreas de mejora, y a contar con las herramientas necesarias para avanzar.

La evaluación como parte del aprendizaje, no como su final

El enfoque de la guía se basa en la idea de “evaluar para aprender”, una perspectiva que sitúa la evaluación en el corazón mismo del proceso educativo y convierte la evaluación en una práctica continua que acompaña al estudiante, le permite reflexionar sobre su desempeño y genera insumos para que el docente ajuste su enseñanza.

Esta visión transforma la relación docente-estudiante, que deja de estar mediada por el juicio para dar paso al diálogo reflexivo. Y es aquí, en este intercambio, donde surgen oportunidades verdaderas de mejora y desarrollo.

Cinco estrategias clave según Dylan Wiliam

La guía recoge el marco propuesto por Dylan Wiliam (2011), que identifica cinco estrategias fundamentales para que la evaluación tenga un impacto real en los aprendizajes:

  1. Compartir propósitos y criterios de logro: el alumnado debe saber claramente qué se espera de él.
  2. Diseñar actividades que revelen el nivel de comprensión.
  3. Promover la interacción entre pares como fuente de aprendizaje.
  4. Activar a los estudiantes como agentes de su propio proceso.
  5. Ofrecer retroalimentaciones que impulsen el aprendizaje.

Estas estrategias permiten pasar de una enseñanza centrada en la transmisión a una centrada en la construcción activa del conocimiento.

Para ilustrar, pensemos en una situación común: un estudiante entrega un ensayo argumentativo. Una devolución tradicional podría limitarse a señalar errores gramaticales y otorgar una nota numérica. En cambio, una retroalimentación formativa podría incluir comentarios como: “Has incluido distintos puntos de vista, lo que enriquece tu análisis. ¿Cómo podrías profundizar más en el argumento del segundo párrafo? ¿Qué evidencias podrías agregar para reforzarlo?”

Este tipo de interacción no solo informa al estudiante sobre cómo mejorar, sino que también le invita a pensar, revisar, actuar. Lo sitúa en el centro del proceso. 

La retroalimentación formativa confía en que todo el alumnado puede mejorar si se le proporciona la orientación adecuada.

Beneficios y fundamentos de la retroalimentación formativa

Uno de los mayores aportes de la guía elaborada por Rebeca Anijovich es evidenciar cómo la retroalimentación formativa transforma profundamente la manera de enseñar y de aprender. Más allá de ser una técnica de evaluación, se trata de una práctica pedagógica que impulsa el desarrollo integral del estudiante.

Pensarse a uno mismo: la autonomía del aprendizaje

Cuando el alumno recibe comentarios concretos sobre su desempeño —por ejemplo: “Buen uso de fuentes, pero profundiza en el segundo párrafo”— comienza a mirar su trabajo con otros ojos. Aprende a evaluar(se), a decidir cómo mejorar. Esa es la base de la autonomía: saber hacia dónde ir y por qué.

La guía insiste en este punto: formar personas críticas y autónomas pasa por enseñarles a pensar sobre su propio aprendizaje. Nada de esto sucede por azar; hace falta una pedagogía que confíe en el alumno y le dé herramientas para crecer. 

Motivar sin notas: reconocer el proceso

Un número en rojo no dice mucho. Un comentario bien formulado, sí. Cuando la retroalimentación reconoce avances —una idea clara, una estructura bien lograda—, el estudiante entiende que su esfuerzo cuenta. La motivación, entonces, no viene del miedo a fallar, sino del deseo de hacerlo mejor.

Especialmente en quienes más dificultades tienen, este tipo de devoluciones fortalece la autoestima. Les dice, en otras palabras: “Sí puedes, y aquí está la prueba”.

Una comunidad que aprende en conjunto

La retroalimentación no es solo cosa de aula. Cuando toda la comunidad educativa —docentes, familias, directivos— adopta un lenguaje basado en sugerencias, preguntas y escucha, cambia el clima escolar. Se pasa del juicio al diálogo. Se construye confianza.

Un ejemplo: preguntar “¿Cómo podrías explicar esto mejor?” tiene un efecto muy distinto a señalar simplemente “falta desarrollo”. Y ese cambio de tono puede contagiarse a toda la institución.

Alto impacto con bajo coste

Finalmente, el dato práctico: según la Education Endowment Foundation, esta estrategia mejora el aprendizaje de forma notable, sin grandes inversiones. Es pedagógicamente poderosa y económicamente sensata. En sistemas con recursos escasos, es casi una obligación ética.

Cómo adoptar la retroalimentación formativa en el aula

Adoptar la retroalimentación formativa no es simplemente cuestión de buena voluntad. Requiere revisar hábitos, cambiar la mirada y, sobre todo, planificar. La guía de SUMMA y la Fundación ”la Caixa” no promete milagros, pero ofrece indicaciones concretas que pueden funcionar incluso en aulas desbordadas y contextos complejos.

  1. El tiempo. Si el comentario llega tarde, es ruido. Lo formativo requiere inmediatez: una palabra a tiempo vale más que tres párrafos dos semanas después. Aunque no siempre sea posible corregir al instante, sí conviene mantener vivo el momento del aprendizaje.
  2. La cantidad. No se trata de decirlo todo, sino lo justo. Mejor elegir uno o dos aspectos clave que sobrevolar la producción completa. En una redacción, por ejemplo, enfocarse solo en la coherencia y dejar la ortografía para otro día. El estudiante agradece no ser ahogado en tinta roja.
  3. El modo. No todo tiene que ir escrito. Una frase al oído, un audio breve o incluso un gesto pueden ser más eficaces que un comentario detallado. Lo importante es la claridad, el respeto y el mensaje: cómo seguir mejorando.
  4. La audiencia. La retroalimentación puede ser individual, sí, pero también colectiva. Un error común puede servir para todos. E incluso entre pares —con algo de entrenamiento previo— pueden surgir devoluciones valiosas. También eso se aprende.

Qué se dice y por qué importa

Decirle a un alumno “eres brillante” es halagador, pero inútil. En cambio, señalar que “citaste bien las fuentes y construiste una línea argumental clara” orienta, informa y educa. Lo mismo vale para destacar el proceso: “Ensayaste varios borradores y eso se nota en la estructura”. Así, la retroalimentación deja de ser juicio y se convierte en guía.

Hablar, pero de verdad

El diálogo formativo no es sermón. Es conversación. Preguntar en lugar de afirmar, escuchar en lugar de interrumpir. Algo tan simple como: “¿Qué evidencia podrías sumar aquí?” abre puertas que un “argumento débil” deja cerradas. Lo que propone la guía es una relación horizontal: confianza, respeto y error como oportunidad, no como fracaso.

Lo que conviene evitar

Algunas prácticas que matan la retroalimentación formativa:

  • Lenguaje que nadie entiende.
  • Comentarios genéricos que no dicen nada.
  • Entregas tardías.
  • Fijarse solo en aprobar o suspender.
  • Mirar al pasado sin abrir caminos al futuro.

La alternativa: sugerencias claras, preguntas que movilicen y devoluciones ofrecidas con humanidad. Porque aprender no es acumular errores, sino descubrir cómo se corrigen.

Requisitos institucionales: cómo crear una cultura escolar que sostenga la retroalimentación formativa

Ninguna práctica pedagógica sobrevive mucho tiempo si depende exclusivamente del entusiasmo de un puñado de docentes. Para que la retroalimentación formativa eche raíces, necesita algo más que buenas intenciones: necesita cultura institucional. Eso —dice la guía de SUMMA y la Fundación “la Caixa”— empieza por entender la escuela como una comunidad que aprende, no como una suma de aulas aisladas.

Seis condiciones para que funcione

  1. Buen clima: Sin respeto, participación ni escucha, no hay nada. Si los docentes sienten que su voz cuenta y los estudiantes pueden equivocarse sin miedo, entonces hay espacio para crecer.
  2. Confianza mutua: La retroalimentación expone. Para que no se vuelva castigo, hace falta una red de confianza: saber que quien habla lo hace para ayudar, no para juzgar.
  3. Sostenibilidad: No alcanza con un taller o una moda pasajera. Hace falta continuidad, liderazgo pedagógico y espacio para ensayar, errar y ajustar.
  4. Frecuencia con sentido: No se trata de retroalimentar por protocolo, sino cuando sirve, cuando hay algo en juego. Mejor si está integrada a la rutina y no como añadido forzado.
  5. Equilibrio: Tan importante es reconocer lo que se hizo bien como señalar lo que puede mejorar. Sin halago gratuito ni crítica desmedida. Solo así se avanza.
  6. Error como motor: El mayor cambio cultural: entender que errar no es caer, sino andar. El error, si se lo mira bien, es la pista más clara de por dónde seguir.

 Capacidades que no vienen solas

Los docentes necesitan herramientas: saber escuchar, formular preguntas útiles, dar mensajes claros y revisar su propia práctica sin que eso suponga debilidad. Lo mismo los alumnos: aprender a recibir comentarios, pedir ayuda, reflexionar. Nada de eso es espontáneo. Hay que enseñarlo.

Cómo empezar sin naufragar

La guía propone un camino en cinco pasos, adaptable a cada realidad:

  1. Motivar: Sensibilizar al equipo con ejemplos, lecturas, testimonios.
  2. Enseñar: Formar a los docentes en herramientas concretas.
  3. Organizar: Crear tiempos y espacios para aplicar.
  4. Implementar y seguir: Probar, ajustar, revisar.
  5. Documentar: Registrar lo que funciona y compartirlo.

Poco a poco, la práctica deja de ser un experimento y se convierte en identidad. Y eso, para una escuela, no es poca cosa.

Una nueva forma de entender la enseñanza

La retroalimentación formativa no es una técnica, ni un accesorio metodológico. Es una forma de entender la enseñanza: no como control, sino como acompañamiento. No como sentencia, sino como diálogo.

La guía de SUMMA y la Fundación “la Caixa” lo dice claro: para que esta práctica transforme la escuela, hace falta algo más que voluntad. Requiere tiempo, coherencia, y un entorno que lo sostenga. Pero lo que ofrece a cambio no es menor: alumnos más motivados, docentes más conscientes, y una institución que enseña también con su modo de estar.

Comentar con intención, escuchar con atención, dar espacio al error sin convertirlo en castigo. Pequeños detalles que marcan la diferencia entre una escuela que enseña y otra que, simplemente, aprueba o suspende a sus alumnos.

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