La inteligencia artificial que piensa en África

Korogocho (Nairobi, Kenya)
La inteligencia artificial está reformulando muchas cosas, también la educación. Pero no de la misma manera en todas partes. En África, la llegada de esta tecnología plantea una pregunta que rara vez se hace en otros contextos: ¿cómo integrarla sin depender, otra vez, de soluciones diseñadas en otros continentes?
Frente a esa cuestión, han empezado a surgir respuestas. No grandes titulares, sino estrategias construidas paso a paso: marcos propios, desarrollos locales, iniciativas que entienden la IA no como un milagro, sino como una herramienta que puede ser útil si se adapta al terreno. Con sus ritmos, con sus lenguas, con sus prioridades.
Este artículo se detiene en lo que ya está ocurriendo: políticas en marcha, plataformas en uso, decisiones concretas que intentan mejorar el acceso y la calidad educativa en distintos países africanos. Todo esto sucede, en general, lejos del foco habitual.
El 25 de mayo, Día de África, ofrece una excusa oportuna para prestar atención a estos avances. No es solo una fecha simbólica, sino una ocasión para mirar cómo se está apostando por una autonomía tecnológica que no pase necesariamente por importar modelos. La Estrategia Continental de Inteligencia Artificial de la Unión Africana, aprobada en 2023, es uno de los ejemplos más ambiciosos. En ella, la educación aparece como un área prioritaria para desarrollar una IA ética, útil y, sobre todo, pertinente.
Y esa pertinencia se está buscando en acciones tan concretas como la creación de materiales escolares en lenguas locales, el diseño de herramientas inclusivas para estudiantes con discapacidades o la formación digital del profesorado. No es una revolución. Pero sí una transformación real, sostenida y, en muchos casos, nacida desde dentro.
La educación como pilar clave en la Estrategia Continental de IA
En 2023, la Unión Africana decidió tomarse en serio la inteligencia artificial. Lo hizo con un documento extenso, a ratos técnico y a ratos visionario, que responde al nombre de Estrategia Continental de IA. Es la primera vez que el continente se dota de una hoja de ruta común para abordar una tecnología que, si uno cree lo que dicen los foros internacionales, lo va a cambiar todo. África, con sus ritmos y su propia agenda, prefiere empezar por lo que más urge: la educación.
La apuesta es significativa. No se trata simplemente de añadir ordenadores o aplicaciones en las aulas. La estrategia parte de un diagnóstico poco novedoso, pero aún vigente: hay una carencia estructural de docentes, desigualdades marcadas entre zonas urbanas y rurales, escasez de materiales en lenguas locales, y barreras que no se resuelven con un par de clics. Sin embargo, también hay una oportunidad: si se hace bien, la IA podría servir para ampliar el acceso a la educación, mejorar su calidad y cerrar, al menos un poco, algunas de las brechas más persistentes.
La visión que se propone es integral. La IA, se dice, no debe ser una herramienta decorativa ni una solución genérica impuesta desde fuera. Debe adaptarse a los objetivos educativos de cada país y tener sentido en su contexto. Eso implica usarla para apoyar a los docentes —no sustituirlos—, producir contenidos culturalmente relevantes y diseñar sistemas que funcionen más allá de las capitales. No basta con automatizar procesos; hay que pensar qué se automatiza, para quién y por qué.
El documento insiste en un principio que, leído en frío, suena elemental pero es menos habitual de lo que parece: la IA debe ser inclusiva. Esto significa, entre otras cosas, garantizar que todos —alumnos, maestros, escuelas— tengan acceso a la infraestructura básica. Que los algoritmos no repliquen prejuicios coloniales ni profundicen las desigualdades. Y que la ética no sea un anexo simpático al final de los proyectos, sino parte del diseño desde el principio.
También hay un mensaje claro sobre la necesidad de construir capacidades locales. Si la IA es una caja negra, solo la entienden quienes la diseñan. Y si quienes la diseñan están a miles de kilómetros, el margen de maniobra es escaso. Por eso se plantea la formación de docentes y estudiantes en competencias digitales, alfabetización en ciencia de datos y pensamiento crítico. No para convertirlos en ingenieros de Google, sino para que puedan entender qué hay detrás de una decisión automatizada, y decidir si tiene sentido o no.
La estrategia también apuesta por la cooperación regional. En un continente con más de cincuenta sistemas educativos distintos, el intercambio de experiencias y herramientas compartidas puede evitar que cada país empiece de cero. Iniciativas como los Centros de Intercambio de Conocimientos (KIX) del GPE ya están probando cómo traducir esa idea en seminarios, publicaciones o plataformas de aprendizaje conjunto.
Otro punto interesante —y poco glamuroso— es la creación de repositorios nacionales de competencias. Una especie de inventario, país por país, sobre qué habilidades son necesarias para que alumnos y profesores puedan interactuar con la IA sin miedo ni dependencia. Es una forma práctica de evitar duplicidades, orientar la formación y adaptar las políticas a lo que realmente se necesita.
En conjunto, la Estrategia Continental de IA de la Unión Africana no promete milagros. Pero plantea una ambición concreta: que la inteligencia artificial no sea un factor más de exclusión, sino una herramienta para construir una educación más justa, más cercana y más propia. Eso, claro, requerirá inversiones, voluntad política y una mirada crítica hacia las promesas tecnológicas. Como suele pasar con estas cosas, la diferencia no está en el algoritmo, sino en quién lo escribe y para qué lo usa.
En África, la inteligencia artificial ya no es una promesa remota. Es, poco a poco, una herramienta que empieza a hablar las lenguas del continente.
Ecos de la estrategia: casos concretos en marcha
La Estrategia Continental de Inteligencia Artificial de la Unión Africana es, sobre el papel, una promesa ambiciosa. Pero ya hay algo más que papel. Aunque diseñada como una hoja de ruta a largo plazo, sus ideas están empezando a aterrizar en iniciativas concretas, con resultados visibles —a veces modestos, pero reveladores— en el terreno educativo. Proyectos impulsados no desde Silicon Valley ni desde Bruselas, sino desde Bamako, Kisumu o Porto-Novo.
Un reciente informe del programa KIX (Intercambio de Conocimiento e Innovación) del GPE, elaborado por el Centro África 21, recogía varios de estos casos. No son revoluciones. Son avances tangibles que demuestran que la inteligencia artificial, bien encajada, puede ser una herramienta útil en contextos donde escasean casi todas las demás.
En Mali, por ejemplo, la organización sin fines de lucro RobotsMali ha conseguido producir más de 180 libros infantiles en bambara, una lengua local con fuerte presencia oral pero pocos recursos escritos. Lo hicieron combinando modelos de IA generativa como ChatGPT, sistemas de traducción automática y revisión editorial humana. Resultado: contenidos adaptados, accesibles y culturalmente relevantes, elaborados a una fracción del coste habitual. Es una pequeña victoria para la alfabetización, pero también para la soberanía lingüística.
Más al este, en Kenia, la Universidad Maseno ha desarrollado una herramienta de traducción entre inglés y lengua de señas keniana. Aquí la IA no aparece como un truco tecnológico, sino como una solución concreta al problema de la inclusión de estudiantes sordos. El proyecto se diseñó en colaboración con las propias comunidades sordas, lo que permitió afinar no solo el lenguaje, sino el enfoque pedagógico. Es un ejemplo de cómo la tecnología puede adaptarse al usuario, y no al revés.
En Benín, Camerún y la República Democrática del Congo, el proyecto STEPS —centrado en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas en primaria— ha usado herramientas de IA para desarrollar libros de texto contextualizados. Con la ayuda del GPE-KIX, los equipos locales combinaron recursos educativos abiertos y algoritmos que facilitaron la redacción inicial de contenidos, sugirieron ejemplos cercanos y ayudaron en las traducciones a lenguas nacionales. El resultado: materiales más pertinentes, más comprensibles y, por tanto, más efectivos.
La formación de docentes es otra línea en expansión. En octubre de 2024, GPE-KIX África 21 y la UNESCO reunieron en Dakar a representantes de 25 países africanos francófonos y lusófonos para debatir competencias digitales e inteligencia artificial en la enseñanza. Más que un congreso de buenas intenciones, fue un intento de aterrizar ideas: cómo diseñar estrategias nacionales realistas, cómo formar a quien forma. El profesor Mamadou Kaba Traoré, de la Universidad de Burdeos, lo resumió con claridad: hacen falta repositorios de competencias. No tanto para medir lo que falta, sino para construir sobre lo que ya existe.
Estas experiencias, documentadas por GPE-KIX, aún son puntuales. En muchos casos, dependen de apoyos externos, colaboraciones internacionales o financiamiento limitado. Pero también muestran otra cosa: capacidad local, voluntad institucional y una cierta audacia para experimentar con herramientas nuevas sin perder de vista el contexto. No se trata de replicar modelos extranjeros ni de buscar soluciones milagrosas. Se trata, más bien, de adaptar, probar, corregir y avanzar.
En ese sentido, lo que la Estrategia Continental de IA plantea empieza a cobrar forma. Como un movimiento silencioso pero sostenido. Con sus límites, pero también con señales claras: en África, la inteligencia artificial ya no es una promesa remota. Es, poco a poco, una herramienta que empieza a hablar las lenguas del continente.
Lo difícil no es empezar, sino escalar
Los proyectos piloto, por definición, son promesas en miniatura. Y en África, las promesas educativas basadas en inteligencia artificial no escasean. Lo que escasea, como casi siempre, es lo que viene después: la capacidad para que estas experiencias pasen del entusiasmo inicial al sistema educativo real, con sus burocracias, presupuestos menguantes y necesidades demasiado urgentes.
La Estrategia Continental de Inteligencia Artificial de la Unión Africana no ignora esta dificultad. Al contrario, pone el foco justo ahí: no se trata solo de innovar, sino de construir estructuras capaces de sostener esa innovación sin que se derrumbe al primer obstáculo. Eso incluye infraestructura digital, sí, pero también formación docente, rediseño curricular, marcos regulatorios y algo mucho más difícil de conseguir: una gobernanza sensata de los datos.
Uno de los instrumentos que varios países están empezando a explorar con más atención es la creación de repositorios nacionales de competencias en IA. La idea, en principio, es sencilla: mapear qué habilidades necesitan estudiantes y profesores para no perderse en el camino digital. Pero en la práctica, estos repositorios funcionan también como brújula: ayudan a detectar carencias, orientar políticas de formación y, sobre todo, a evitar que se apliquen soluciones genéricas donde harían falta respuestas quirúrgicas.
Durante el seminario regional celebrado en Dakar en 2024, organizado por GPE-KIX y la UNESCO, se discutió largo y tendido sobre este asunto. El profesor Mamadou Kaba Traoré, con una claridad poco habitual en eventos técnicos, planteó la cuestión de forma directa: sin inventario, no hay estrategia. Y sin estrategia, la IA en educación corre el riesgo de ser otro experimento efímero que no cambia nada.
Más allá de lo técnico, la dimensión política también cuenta. La colaboración regional, todavía incipiente, aparece como una de las claves para no repetir errores en solitario. Compartir marcos de competencias, intercambiar buenas prácticas, coordinar esfuerzos: todo eso puede sonar idealista, pero es probablemente más realista que esperar a que cada país construya su propio modelo desde cero.
En definitiva, si algo parece claro es que la integración de la inteligencia artificial en la educación africana no se jugará únicamente en el laboratorio ni en los congresos. Se jugará en las aulas, en los ministerios, en los centros de formación docente. Y exigirá algo más que entusiasmo tecnológico: exigirá tiempo, constancia y una buena dosis de escepticismo constructivo. Porque con la IA, como con casi todo, lo difícil no es tener una buena idea. Lo difícil es que funcione para todos.
Una IA con acento propio
Las iniciativas en marcha apuntan a una realidad que a menudo pasa desapercibida desde fuera: África no se limita a importar tecnología. Está empezando a moldearla. En el ámbito educativo, eso significa ensayar una inteligencia artificial que no sea solo eficiente, sino también significativa. Que no solo funcione, sino que tenga sentido. Y ese sentido lo están definiendo actores locales, con criterios propios: inclusión, equidad, pertinencia cultural.
La Estrategia Continental de Inteligencia Artificial de la Unión Africana opera aquí como una especie de brújula. No dicta soluciones mágicas, pero ofrece una dirección: vincular la tecnología a los objetivos educativos del continente. Lo que implica, entre otras cosas, asumir que la IA no es neutra, ni universal, ni necesariamente buena. Puede reforzar desigualdades o puede reducirlas. Puede homogenizar o puede diversificar. Todo depende de quién la diseña, cómo se aplica y con qué propósito.
En este caso, el propósito está claro: construir sistemas educativos más sólidos, más abiertos, más propios. Pero para eso no basta con buenas intenciones ni con pilotos exitosos. El reto es más complejo: transformar experiencias puntuales en políticas públicas, integrar la IA en la formación docente, articular esfuerzos entre países, y todo ello sin perder de vista la pregunta esencial: ¿para qué sirve esto, aquí?
La inteligencia artificial, bien mirada, no es un fin. Es una herramienta. Y como toda herramienta poderosa, requiere criterio para usarla. En África, ese criterio empieza a expresarse con más claridad: no se trata de adaptar las escuelas al software, sino de adaptar el software a las escuelas. No de repetir modelos ajenos, sino de imaginar otros nuevos. Y sobre todo, de garantizar que el derecho a aprender no dependa de dónde se nace ni de en qué idioma se piensa.
Eso no es poca cosa. Y aunque el camino será largo —como suele serlo todo en educación—, lo importante es que ya ha empezado. Y esta vez, con acento africano.