Escuchar a Carmen Strigel es un placer inesperado: habla de educación con una sonrisa constante. Con una calidez que hace que incluso las ideas más complejas suenen cercanas. Mientras describe “su” escuela del futuro, la escuela de sus sueños, consigue contagiar a su interlocutor de un entusiasmo sereno, que abre una rendija de optimismo en un tópico cargado casi siempre de diagnósticos sombríos.
Su propuesta posee la sencillez de lo evidente y la fuerza de lo necesario: la tecnología en la escuela solo tiene sentido si está al servicio de las personas. Si libera a los docentes de cargas inútiles, si amplifica su capacidad de cuidar y acompañar y si permite a los niños un acceso más justo y humano al aprendizaje. Por eso, “El tiempo del profesor debería centrarse en los alumnos, en sus necesidades y en sus sueños”.
El optimismo y la calidez de esta investigadora no deben confundirse con ingenuidad: Strigel es perfectamente consciente de los riesgos. La pandemia lo mostró con crudeza: la tecnología puede tender puentes, pero también ahondar desigualdades. Por eso insiste en la importancia de alinear cada iniciativa con los objetivos educativos, de formar y acompañar a los docentes, de involucrar a las comunidades y de planificar siempre el largo plazo.
Tampoco es una mera soñadora. Hace unos años se puso manos a la obra junto con su equipo de RTI internacional, para ayudar a cumplir su visión. Así nació Tangerine, una plataforma de código abierto que nació para facilitar evaluaciones educativas a gran escala y hoy se ha transformado en un aliado cotidiano de los maestros en decenas de países. Basta un teléfono móvil para que los docentes puedan evaluar a sus alumnos, ajustar la enseñanza y recibir retroalimentación útil, sin necesidad de conexión a internet. “Lo importante —subraya— es que empodera al maestro, no lo reemplaza”.
Carmen Strigel no oculta la dificultad de la tarea. Habla con ternura y respeto de esos profesores que, frente a cincuenta o sesenta niños, intentan que cada uno sienta que su aprendizaje importa. “Ser un buen maestro es una tarea monumental”. Y, como todo, lo dice con un cariño infinito, con una sonrisa comprensiva: convencida de que con tiempo, voluntad y cuidado se puede avanzar hacia esa escuela más humana y más justa, donde cada niño encuentre un espejo en el que reconocerse y una ventana desde la que mirar el mundo.
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