¿Por qué tantos jóvenes egresan del sistema educativo sin herramientas para enfrentar un conflicto sin venirse abajo, tomar una decisión sin consultar tres tutoriales de YouTube o gestionar un simple ataque de ansiedad? ¿Por qué, después de años memorizando fechas, teoremas y clasificaciones, se sienten incapaces de resolver las cosas que de verdad importan?
No es un misterio demasiado complicado. El sistema escolar fue concebido, en gran parte, para producir trabajadores disciplinados y ciudadanos obedientes. Durante décadas funcionó. Había que aprender lo que el maestro decía, reproducirlo en un examen y, con un poco de suerte, obtener un certificado que acreditara el paso por las aulas. Mientras tanto, todo lo que tenía que ver con la vida (las emociones, el carácter, el propósito, la capacidad de entenderse con los demás…) quedaba relegado al ámbito doméstico, a la buena voluntad de la familia o a la casualidad, en el peor de los casos.
La cuestión es que el mundo ha cambiado. Mucho. La “rutina productiva” de antes (un empleo fijo, una jerarquía clara, un futuro previsible) ha desaparecido o está a punto de hacerlo. Hoy, cualquiera que aspire a sobrevivir sin demasiados “siniestros” necesita saber más que la tabla periódica: debe aprender a pensar con criterio, a no derrumbarse cuando todo sale mal, a cooperar, a conocerse un poco y a no quemarse por el camino.
Y sin embargo, la escuela, con honrosas excepciones, sigue anclada en el pasado. El desfase es tan evidente que casi resulta obsceno. Mientras los jóvenes navegan un presente líquido, lleno de incertidumbre y ansiedad, se les sigue exigiendo que repitan definiciones como loros y que calquen modelos de redacción que poco tienen que ver con la realidad.
¿Cómo lo arreglamos? ¿Por dónde empezar? Definir las habilidades que nos hacen falta con criterios rigurosos como el impacto la medición o la viabilidad podría ser un comienzo. Es lo que ha hecho el Banco Interamericano de Desarrollo, que ha revisado todo lo que se ha estudiado sobre las llamadas “habilidades para la vida”, para identificar qué competencias son verdaderamente importantes, cuáles se pueden medir de forma seria, cuáles se pueden enseñar y qué impacto real tienen sobre la vida de las personas. Lo ha hecho en el estudio A review of life skills and their measurability, malleability, and meaningfulness.
Después de analizar decenas de opciones, el BID seleccionó diez. Diez habilidades esenciales que cualquier joven debería aprender antes de salir de la escuela. Diez competencias que no figuran en casi ningún currículo oficial, pero que marcan la diferencia entre vivir bien y, simplemente, sobrevivir. En este artículo vamos a resumirlas con ejemplos y datos.
El método: cómo se identificaron estas 10 habilidades
El término de “habilidades blandas” lleva años circulando por informes y congresos. Pero, ¿qué son? ¿Cómo nos ayudan? ¿Existe evidencia de su impacto en la vida de las personas? El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) decidió averiguarlo. Para ello, primero, identificó una lista de 30 habilidades que podrían servir para que la gente aprenda a vivir un poco mejor. Luego aplicó un filtro riguroso basado en tres criterios que suenan académicos pero que, en el fondo, son de puro sentido común.
El primero se llama “medibilidad”. En otras palabras: ¿podemos medir esta habilidad con instrumentos fiables? Porque si no se puede medir, es imposible saber si un programa educativo la está mejorando o no.
El segundo criterio es la maleabilidad, esto es, preguntarse si la habilidad se puede enseñar y desarrollar. Porque de nada sirve identificar algo importante si es fijo como el color de los ojos.
El tercero se llama significado. Es decir, ¿aprender esta habilidad sirve realmente para algo? ¿Tiene consecuencias visibles en la vida de las personas?
La combinación de estas tres preguntas (¿se puede medir?, ¿se puede enseñar?, ¿sirve de algo?) permitió separar la paja del grano. Y al final quedaron diez habilidades que cumplen con los tres requisitos. Las vemos.
Hoy, cualquiera que aspire a sobrevivir sin demasiados “siniestros” necesita saber más que la tabla periódica: debe aprender a pensar con criterio, a no derrumbarse cuando todo sale mal, a cooperar, a conocerse un poco y a no quemarse por el camino.
Las 10 habilidades más necesarias
Para que no se pierdan en un listado infinito de conceptos, estas diez habilidades se pueden ordenar en tres grupos: pensar mejor, relacionarse mejor y gestionarse mejor. Las explicamos una por una.
Habilidades intelectuales
Pensamiento crítico
Qué es
La capacidad de analizar la información, cuestionar su origen y sacar conclusiones propias en lugar de repetir lo que dicen los demás. Implica saber distinguir un argumento sólido de uno dudoso.
Por qué cuesta
Vivimos rodeados de datos, bulos y medias verdades. Sin un mínimo entrenamiento, es fácil tragarse cualquier cosa.
Ejemplo
Un alumno lee en internet que “la ciencia ha demostrado que estudiar es inútil” y, en lugar de repetirlo en clase, decide investigar la fuente y preguntar a su profesor.
Por qué importa
Según un metaanálisis citado por el BID, enseñar pensamiento crítico mejora hasta un 34 % la capacidad de resolver problemas complejos. También se asocia a mejores resultados académicos y a mayor capacidad de resistir manipulaciones.
Resolución de problemas
Qué es
La habilidad de identificar un problema, pensar soluciones y llevarlas a la práctica de forma eficaz. Sirve tanto para decidir qué hacer con un conflicto como para manejar retos académicos.
Por qué cuesta
En muchos colegios, los problemas ya vienen resueltos de antemano: basta con aplicar la fórmula. La vida, por desgracia, no funciona así.
Ejemplo
Una clase se queda sin presupuesto para un proyecto. En vez de rendirse, los estudiantes diseñan una colecta, negocian con la dirección y buscan patrocinios.
Por qué importa
El informe señala que los programas de resolución de problemas reducen agresividad y depresión y aumentan el rendimiento escolar. El Social Problem Solving Inventory permite medir su progreso.
Orientación a metas
Qué es
Fijarse objetivos claros, planificar el camino para alcanzarlos y perseverar incluso cuando surgen obstáculos. Es la base de lo que hoy llamamos “grit”.
Por qué cuesta
La gratificación instantánea está a un clic. Aprender a sostener el esfuerzo en el tiempo requiere práctica.
Ejemplo
Un estudiante decide preparar una prueba de idiomas. Aunque suspende la primera vez, revisa sus errores y sigue adelante.
Por qué importa
Según estudios citados por el BID, la orientación a metas se asocia a mejores notas y menor ansiedad. En un estudio citado en el informe, los alumnos que aprendieron a usar esta habilidad mostraron mejoras, pequeñas pero sostenidas, en matemáticas.
Habilidades relacionales
Empatía y compasión
Qué es
Entender y compartir lo que siente otra persona, preocuparse genuinamente por su bienestar y actuar en consecuencia.
Por qué cuesta
En un mundo acelerado, escuchar con atención y sin juicio se ha vuelto casi un acto revolucionario.
Ejemplo
Cuando un compañero está angustiado, otro se sienta a su lado sin interrumpir ni dar sermones, solo para acompañar.
Por qué importa
Un metaanálisis citado por el BID muestra que enseñar empatía genera mejoras notables en conductas prosociales y disminuye la violencia.
Autoconciencia
Qué es
Saber reconocer las propias emociones, fortalezas y límites sin disfrazarlos ni avergonzarse.
Por qué cuesta
Desde pequeños aprendemos a reprimir lo que sentimos para no “molestar”.
Ejemplo
Un alumno identifica que su ansiedad crece antes de los exámenes y pide ayuda para manejarla.
Por qué importa
El informe señala que la autoconciencia se asocia a una mayor regulación emocional y bienestar. Algunos programas específicos han demostrado que se puede enseñar con resultados estables.
Propósito
Qué es
Sentir que la vida tiene un sentido personal que orienta decisiones y esfuerzos.
Por qué cuesta
En un entorno que premia el corto plazo, pensar a largo plazo es casi contracultural.
Ejemplo
Un adolescente descubre que quiere dedicarse a la docencia y empieza a formarse como monitor de actividades.
Por qué importa
El BID destaca que tener propósito se relaciona con menor abandono escolar y más motivación.
Habilidades de autorregulación
Regulación emocional
Qué es
Reconocer y gestionar las propias emociones de forma que no nos desborden ni bloqueen.
Por qué cuesta
No se trata de reprimir emociones, sino de aprender a darles un cauce adecuado. Y nadie enseña eso en un examen.
Ejemplo
Un alumno que, tras recibir una crítica, respira antes de responder con un grito.
Por qué importa
El informe muestra que “entrenar” esta capacidad reduce la ansiedad y mejora el clima de aula.
Resiliencia
Qué es
La capacidad de adaptarse a la adversidad y recuperarse después de un revés.
Por qué cuesta
La cultura de la inmediatez nos hace creer que todo debe salir bien a la primera.
Ejemplo
Una alumna suspende el curso y, en vez de hundirse, reorganiza su plan de estudio.
Por qué importa
La resiliencia es un factor protector contra depresión y fracaso escolar. Se puede entrenar a través de programas específicos que ya existen.
Autodeterminación (autoeficacia)
Qué es
Creer en la propia capacidad para influir en lo que sucede y tomar decisiones con autonomía.
Por qué cuesta
Muchos adolescentes sienten que todo depende de factores externos.
Ejemplo
Un joven decide presentar un proyecto social en su barrio en lugar de quejarse en redes.
Por qué importa
El BID recoge que la autoeficacia predice mejores resultados académicos y mayor bienestar psicológico.
Mindfulness
Qué es
La habilidad de prestar atención plena al presente, sin juicio, con curiosidad y aceptación.
Por qué cuesta
Estamos entrenados para saltar de un estímulo a otro sin parar un segundo.
Ejemplo
Antes de un examen, un alumno dedica cinco minutos a centrarse en su respiración.
Por qué importa
Los metaanálisis citados en el estudio muestran que la práctica del mindfulness reduce la ansiedad, el estrés y la depresión.
¿Por qué deberían importarle a las escuelas?
Se puede pensar que enseñar a regular emociones o a encontrar un propósito es un lujo que no podemos permitirnos cuando a escuelas y docentes les falta tiempo para enseñar todos los contenidos curriculares que ya tienen en sus programas. Pero es justo al revés: estas habilidades son la base sobre la que se apoya todo lo demás.
El informe del BID lo deja muy claro. Cuando los jóvenes aprenden a pensar con criterio y a manejar el estrés, no solo viven más tranquilos: mejoran su rendimiento académico. Por ejemplo, programas de mindfulness aplicados en escuelas aumentan la atención sostenida y reducen los problemas de conducta. La resiliencia y la autoeficacia predicen menos abandono escolar. La orientación a metas y la capacidad de resolver problemas se asocian a calificaciones más altas y a una mayor probabilidad de continuar los estudios.
La trayectoria escolar de una persona no debería pasar solo por aprobar exámenes. Estas competencias mejoran la empleabilidad: las empresas valoran cada vez más a personas que saben trabajar en equipo, adaptarse a cambios y comunicarse con respeto. Y tienen un efecto profundo en la salud mental: reducen la ansiedad, la depresión y la sensación de fracaso.
Además, están lejos de ser ocurrencias imposibles de medir. Todas las habilidades seleccionadas cuentan con instrumentos validados, muchos de ellos adaptados al español, que permiten evaluar avances de forma rigurosa. Y son enseñables: existen programas bien diseñados que demuestran que pueden desarrollarse con resultados sostenidos en el tiempo.
O dicho en pocas palabras: si la escuela no quiere convertirse en un museo de contenidos caducos, estas habilidades deberían importarle. Y mucho.