Cómo la escuela puede enseñar a alcanzar metas

¿Por qué algunas personas cumplen lo que se proponen y otras se quedan a medio camino? La respuesta a esta pregunta no tiene nada que ver con la suerte o el talento: la gran diferencia está en saber orientar los esfuerzos y perseverar hasta el final. En este artículo vemos en qué consiste la orientación al logro y el cumplimiento de objetivos, cómo se desarrollan en el aula y por qué enseñarlas puede marcar la diferencia en el rendimiento y la motivación de los estudiantes.

Cómo la escuela puede enseñar a alcanzar metas

En 2019, un grupo de estudiantes de secundaria en Lima decidió construir una impresora 3D a partir de algunos deshechos electrónicos. No tenían manuales, ni financiación, ni experiencia previa. En los primeros tres meses, el prototipo falló más veces de las que encendió, y estuvieron a punto de abandonar en varias ocasiones. Un año después, no solo funcionaba: estaba imprimiendo piezas para prótesis infantiles.

Lo que late detrás de historias como esta no es solo talento o entusiasmo juvenil. Es una disposición mental persistente: fijarse un objetivo y empujar, día tras día, hasta alcanzarlo. La llamamos orientación al logro y no la tenemos instalada de serie. Es una habilidad “entrenable”, medible y con impacto demostrado en el rendimiento académico, la adaptación profesional y el bienestar personal.

Habilidades para la vidaEl Banco Interamericano de Desarrollo la coloca entre las diez destrezas vitales más determinantes para la vida adulta. Según sus estudios, quienes la desarrollan no solo completan más proyectos: también rinden mejor en matemáticas años después, muestran mayor capacidad para reponerse a los reveses y sufren menos ansiedad y depresión. A lo mejor la determinación no puede imprimirse en 3D, pero sí puede enseñarse. Y la escuela es un lugar tan bueno como otro cualquiera para empezar.

Qué es la orientación al logro y por qué importa

La orientación al logro dista mucho de ser una carrera ciega hacia la victoria o un impulso obsesivo por tachar tareas de una lista. Es, más bien, como una guía interna que combina dos capacidades: saber elegir una meta clara y mantener el rumbo pese a las turbulencias. En psicología, el término incluye desde el diseño de objetivos realistas hasta la perseverancia que exige completarlos, y se solapa con conceptos como grit (pasión y perseverancia a largo plazo) o la autorregulación emocional.

En la revisión del Banco Interamericano de Desarrollo, esta habilidad obtuvo 15 sobre 22 puntos en la suma de sus tres indicadores clave. Es decir:

  • Medible con escalas como la Goal Adjustment Scale o la Short Grit Scale, adaptadas al español y validadas en jóvenes.
  • Maleable, porque puede enseñarse y mejorarse mediante metodologías activas como el aprendizaje basado en proyectos o el student-centered learning.
  • Significativa, ya que predice resultados tangibles: mejor rendimiento académico, menor riesgo de abandono escolar y hasta un descenso en los niveles de depresión y ansiedad.

Lo interesante es que la orientación al logro no funciona en el vacío. En las investigaciones, suele aparecer ligada a otras destrezas que le dan fuelle: la resiliencia (para soportar los contratiempos), la autoeficacia (creer que uno es capaz de lograrlo) y el pensamiento crítico (para ajustar la estrategia cuando el camino cambia). Es un engranaje dentro de un mecanismo mayor, pero sin él, la máquina se para.

Su relevancia práctica se entiende mejor con un dato: en un seguimiento de más de dos años, los alumnos que participaron en programas de entrenamiento en metas obtuvieron una mejora del 20% en exámenes de matemáticas. No se trataba de estudiar más horas, sino de estudiar con un rumbo claro y no desviarse cuando aparecían las primeras dificultades.

Quienes desarrollan esta habilidad no solo completan más proyectos: también rinden mejor en matemáticas años después, muestran mayor capacidad para reponerse a los reveses y sufren menos ansiedad y depresión.

Evidencia científica: medibilidad, maleabilidad y significatividad

En la jerga de los investigadores del BID, una life skill no merece un hueco en la agenda educativa si no pasa el examen de las “3M”: medible, maleable y significativa. La orientación al logro supera las tres pruebas con nota.

Es medible

No basta con preguntar a un alumno si cree que es perseverante: hay que cuantificarlo. Escalas como la Goal Adjustment Scale permiten evaluar dos cosas a la vez: la capacidad de reengancharse a nuevas metas cuando una se vuelve inalcanzable y la facilidad para abandonar objetivos inviables sin hundirse en la frustración. En su versión española, esta escala ha demostrado consistencia interna, validez y una estructura idéntica a la del instrumento original. La Short Grit Scale de Duckworth y Quinn añade otra capa: mide la perseverancia y la pasión por metas a largo plazo. Herramientas como estas permiten no solo diagnosticar, sino también evaluar el progreso tras una intervención.

Es maleable

En un experimento con estudiantes sudafricanos, Mupira y Ramnarain (2018) implementaron un programa de aprendizaje basado en proyectos. Los resultados mostraron que los participantes no solo se lanzaban con más frecuencia a tareas difíciles (r = .31), sino que mantenían la persistencia después de fracasar en un primer intento. Alan y colegas (2019) llevaron el concepto más lejos: en un ensayo aleatorizado, su intervención en orientación al logro produjo un incremento sostenido en la elección de tareas retadoras incluso una semana después de terminado el programa (r = .18), lo que indica un efecto acumulativo.

Es significativa

La orientación al logro produce cambios duraderos en la vida real. Un estudio citado en el informe del BID encontró que, 2,5 años después de la intervención, los alumnos del grupo experimental obtenían puntuaciones más altas en matemáticas (d = 0.20) que sus compañeros.

Otros trabajos, como el de Carol Duckworth muestran que el grit, componente esencial de esta habilidad, explica hasta un 4% de la variación en éxito académico y profesional, superando incluso al cociente intelectual en algunos contextos: desde cadetes de West Point hasta finalistas del National Spelling Bee. Y no todo son notas: programas enfocados en metas han logrado reducir síntomas de depresión (r = .40) y ansiedad (r = .19), apuntando a beneficios emocionales tan relevantes como los académicos.

En conjunto, la orientación al logro cumple con el raro requisito de ser un objetivo educativo que se puede medir con precisión, mejorar con formación y traducir en resultados que importan: mejores calificaciones, mayor resiliencia y un bienestar más sólido. Para cualquier política educativa que se precie de preparar a sus estudiantes para la vida, esto debería bastar como argumento.

Cómo desarrollarla en la escuela

Enseñar orientación al logro no significa colgar un cartel en la pared que diga “Persevera”. Tampoco se trata de llenar la agenda escolar de frases motivacionales. Significa crear las condiciones para que los estudiantes se fijen metas propias, aprendan a planificarse, enfrenten obstáculos y ajusten el rumbo cuando sea necesario. La clave está en convertir la perseverancia en un hábito observable, no en un eslogan. ¿Y esto, cómo se hace?

Aprendizaje basado en proyectos

El enfoque project-based learning ofrece un terreno fértil. Un proyecto con un objetivo claro (por ejemplo, diseñar una campaña de reciclaje para el barrio) obliga a los alumnos a dividir el trabajo en etapas, coordinarse, medir avances y corregir errores sobre la marcha. El informe del BID recoge evidencias de que, en este tipo de entornos, aumenta la disposición a asumir tareas complejas y la persistencia frente al fracaso.

Feedback centrado en el proceso

Los estudios de Carol Dweck sobre mentalidad de crecimiento coinciden en que, más que el resultado, el feedback que se enfoca en el esfuerzo y las estrategias fortalece la orientación al logro. Decir “trabajaste duro para encontrar otra forma de resolverlo” es más útil que “qué listo eres”. En un experimento citado por el BID, el refuerzo positivo de este tipo correlacionó con una mayor probabilidad de que los alumnos reintentaran tareas difíciles (r = .18).

Metas intermedias y visibilidad del progreso

Dividir un objetivo a largo plazo en metas más pequeñas reduce la ansiedad y facilita el seguimiento. Visualizar los avances (mediante gráficos, pizarras o diarios de proyecto) crea un efecto de retroalimentación que mantiene la motivación. Las metas intermedias ayudan a sostener el compromiso semanas después de finalizada la intervención.

Espacios de reflexión y ajuste

La orientación al logro no consiste en persistir ciegamente, sino en saber cuándo cambiar de rumbo. Incluir momentos para que los alumnos evalúen lo que ha funcionado y lo que no, permite desarrollar la flexibilidad que mide la Goal Adjustment Scale. Aprender a abandonar una meta inviable sin verlo como un fracaso es una habilidad tanto o más valiosa que alcanzar una meta posible.

Integración con otras life skills

La orientación al logro se potencia al integrarse con resiliencia, autoeficacia y pensamiento crítico. Un estudiante que cree en su capacidad, analiza críticamente sus estrategias y se recupera rápido de los reveses tendrá más posibilidades de cumplir sus objetivos. Esto sugiere que el diseño curricular no debería tratar estas habilidades como compartimentos estancos, sino como engranajes que se mueven juntos.

Retos, consideraciones y proyección futura

Enseñar orientación al logro parece, sobre el papel, una victoria asegurada: mejora las notas, la resiliencia y hasta la salud mental. Pero como toda innovación educativa, choca con la realidad de los contextos, los recursos y las culturas escolares.

El reto de la equidad

No todos los estudiantes parten del mismo punto. Las investigaciones muestran que el entorno socioeconómico condiciona tanto las metas que uno se fija como los recursos para alcanzarlas. Un alumno que debe trabajar por las tardes para ayudar en casa no tendrá la misma disponibilidad de tiempo que uno con apoyo familiar y acceso a tutorías. Esto obliga a adaptar las estrategias para que la enseñanza de orientación al logro no se convierta en un privilegio más de quienes ya tienen ventaja.

La cultura escolar y la tolerancia al error

Persistir implica fallar varias veces por el camino. En sistemas educativos muy centrados en la evaluación sumativa —la nota final, el examen que decide todo—, el error se vive como un lastre y no como un paso inevitable. Programas que fomentan la orientación al logro exigen, por tanto, un cambio cultural: del castigo por equivocarse a la exploración guiada de lo que no funcionó.

Sostenibilidad y formación docente

Los programas piloto muestran resultados prometedores, pero mantenerlos requiere continuidad y maestros formados para integrar estas prácticas sin añadir carga burocrática. El BID subraya que la orientación al logro funciona mejor cuando está entretejida en el día a día escolar, no como un taller ocasional o una actividad “extra”.

Mirando hacia delante

La tendencia internacional es clara: la UNESCO y la OCDE incluyen la fijación y consecución de objetivos como competencias clave para el siglo XXI. Si la evidencia sigue acumulándose, es probable que en pocos años la orientación al logro deje de ser un “experimento innovador” y pase a ser parte del estándar educativo, como lo fueron en su día la alfabetización digital o la educación emocional.

Angela Duckworth, la psicóloga que popularizó el concepto de grit, suele decir que la perseverancia no es una carrera de velocidad, sino una maratón de fondo. “La gente con más éxito no es la que nunca fracasa, sino la que fracasa y sigue adelante”, escribió en su investigación más citada.

Ese matiz cambia mucho la forma de pensar la orientación al logro en la escuela: en contra de lo que muchos sistemas educativos llevan años haciendo, no hay que penalizar el error, sino enseñar a los estudiantes a “moverse a través de él”. Alcanzar una meta es como ver la punta de un iceberg: lo que se ve es el logro, pero lo que lo sostiene son hábitos invisibles, que se cultivan en el día a día de las clases, hasta que la constancia termina pesando más que cualquier talento innato.

Si la escuela consigue que sus alumnos incorporen esa forma de avanzar, que hagan de la constancia y la perseverancia su forma natural de vivir y trabajar, estarán listos para perseguir cualquier meta, por lejana que parezca.

 

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