Gastar mejor para educar mejor

Durante años hemos repetido hasta la extenuación que la educación es la mejor inversión posible. Pero, ¿qué ocurre cuando esa inversión queda diluida en burocracia, ineficiencia y falta de dirección? En las últimas décadas América Latina dedicó grandes recursos a la educación, pero los avances fueron modestos. Hoy, el gasto público ha caído hasta el […]

Gastar mejor para educar mejor

Durante años hemos repetido hasta la extenuación que la educación es la mejor inversión posible. Pero, ¿qué ocurre cuando esa inversión queda diluida en burocracia, ineficiencia y falta de dirección? En las últimas décadas América Latina dedicó grandes recursos a la educación, pero los avances fueron modestos. Hoy, el gasto público ha caído hasta el 3,9% del PIB, el nivel más bajo en veinte años, lo que agrava un problema que nunca llegó a resolverse.

Gastar mejor en educaciónEl nuevo informe del Banco Interamericano de Desarrollo, Gasto inteligente en educación escolar en América Latina y el Caribe, lanza una advertencia: el problema no es cuánto gastamos, sino cómo lo hacemos. La región ha confundido durante demasiado tiempo gasto con inversión, presupuesto con política y dinero con mejora.

Gastar más ya no alcanza. Es hora de gastar mejor: con criterios de equidad, eficiencia y evidencia. Porque detrás de cada peso mal asignado hay una escuela que no mejora, un maestro sin apoyo y un estudiante que se queda atrás. En un continente que aspira a la justicia social a través de la educación, la pregunta es: ¿estamos dispuestos a aprender a gastar para poder enseñar a aprender?

Un diagnóstico preocupante

La fotografía que nos muestra el BID en su informe debe hacernos reflexionar. En los últimos años, la región ha reducido su esfuerzo financiero en educación: la inversión promedio alcanza hoy el 3,9% del PIB, el nivel más bajo de las dos últimas décadas. En varios países, el gasto público por estudiante se ha estancado o disminuido, lo que ha limitado la recuperación educativa después de la pandemia.

El informe examina cómo se movilizan y administran los recursos. Señala que muchos sistemas presentan procesos de financiamiento poco integrados, criterios de asignación con escasa transparencia y limitada capacidad técnica en los niveles locales. En muchos casos, los fondos se distribuyen según decisiones políticas o históricas, sin vinculación clara con los resultados de aprendizaje ni con las necesidades reales de las escuelas.

A la insuficiencia de recursos se suma la persistencia de desigualdades. En promedio, América Latina gasta menos de la mitad por estudiante que los países de la OCDE. Las brechas entre zonas urbanas y rurales, entre escuelas públicas y privadas o entre estudiantes de distintos estratos socioeconómicos, continúan ampliándose.

Pero el diagnóstico del BID no se limita a la escasez de recursos, sino que apunta también a su eficacia. Propone repensar la manera en que los sistemas educativos movilizan, asignan, ejecutan y supervisan el gasto, con el propósito de mejorar los resultados y garantizar que cada inversión llegue a donde más se necesita.

El concepto de gasto inteligente

El informe se basa en un sencillo principio: invertir mejor para educar mejor. El gasto inteligente no significa gastar más, sino hacerlo con criterios que garanticen que cada recurso tenga un efecto real sobre la calidad y la equidad educativa.

El documento define el gasto inteligente a partir de cuatro dimensiones fundamentales: adecuación, equidad, eficiencia y transparencia. La adecuación se refiere a la capacidad de los sistemas para movilizar suficientes recursos. La equidad exige que la distribución de los fondos se oriente hacia las poblaciones y territorios con mayores desventajas. La eficiencia alude al uso productivo de los recursos disponibles, a la relación entre inversión y resultados. Y la transparencia supone mecanismos claros de seguimiento y rendición de cuentas que fortalezcan la confianza pública.

El BID estructura estas dimensiones en torno a cuatro momentos del financiamiento educativo: movilizar, distribuir, ejecutar y monitorear. En cada uno de ellos identifica desafíos y oportunidades. Movilizar implica ampliar las fuentes de financiamiento y asegurar su sostenibilidad. Distribuir requiere reglas claras, basadas en datos y en criterios de necesidad. Ejecutar demanda una gestión ágil, con capacidades técnicas en todos los niveles del sistema. Y monitorear implica medir, evaluar y corregir, no sólo controlar el gasto, sino aprender de él.

Este enfoque propone pasar de una política educativa centrada en los insumos a otra que se oriente hacia los resultados. Más allá de gestionar un presupuesto, se trata de construir sistemas capaces de usar la información para decidir mejor. En la lógica del gasto inteligente, cada cifra presupuestaria encierra una responsabilidad pública: la de garantizar que la inversión se traduzca en oportunidades reales de aprendizaje.

Invertir con inteligencia es una expresión de respeto hacia quienes más dependen de la escuela pública.

Lecciones desde la región: cinco caminos distintos

El informe examina diversas experiencias nacionales para mostrar cómo las políticas de financiamiento educativo son el reflejo de decisiones políticas, capacidades institucionales y visiones distintas sobre la equidad. Ningún modelo se presenta como una receta universal, pero cada uno ofrece lecciones sobre los obstáculos y las oportunidades que acompañan al intento de gastar mejor.

República Dominicana destaca por haber incrementado notablemente su inversión en educación hasta alcanzar el 4% del PIB, un compromiso sostenido en el tiempo. Sin embargo, gran parte de los recursos se han concentrado en el pago de salarios y expansión de infraestructura, con menor atención a la gestión y la evaluación. La lección que nos enseña la experiencia de este país caribeño no es que invertir sea inútil, sino que la inversión sin reforma institucional tiende a producir rendimientos decrecientes.

Argentina cuenta con un esquema federal de cofinanciamiento que asegura continuidad, pero también es causa de rigidez. Las transferencias automáticas entre niveles de gobierno estabilizan el flujo de fondos, aunque limitan la posibilidad de ajustar las asignaciones a las necesidades educativas locales. Este equilibrio entre previsibilidad y flexibilidad es uno de los dilemas más persistentes en la región.

En Costa Rica, el compromiso legal con la educación se traduce en un elevado gasto público y en una fuerte autonomía del sector. Sin embargo, los procesos administrativos resultan complejos y fragmentados. El exceso de regulación y la falta de mecanismos ágiles para la toma de decisiones reducen la eficacia del gasto.

Brasil representa un ejemplo de innovación institucional. La creación y expansión del Fundo de Manutenção e Desenvolvimento da Educação Básica (FUNDEB) permitió articular un sistema de redistribución que combina equidad y transparencia. El país ha desarrollado además sistemas de información y monitoreo que fortalecen la gestión educativa, como el SIGED o el PROGEPE, con una coordinación entre niveles de gobierno poco común en la región.

Chile, por su parte, ha reformado de manera integral su sistema de financiamiento escolar. La Ley de Subvención Escolar Preferencial (SEP) introdujo criterios de asignación vinculados a la vulnerabilidad de los estudiantes y mecanismos de acompañamiento técnico a las escuelas. El resultado ha sido un modelo que combina financiamiento con rendición de cuentas y que vincula los recursos a metas concretas de aprendizaje y equidad.

Estas experiencias muestran que el gasto inteligente no depende únicamente del volumen de recursos, sino de la capacidad institucional para dirigirlos y evaluarlos. Por eso, los países que más avanzan no son necesariamente los que más gastan, sino aquellos que han logrado vincular su inversión con metas claras y sistemas de gestión consistentes. La región no parte de cero, pero aún está lejos de consolidar un marco estable donde el dinero público en educación se traduzca sistemáticamente en más oportunidades para todos.

Los pilares de un sistema financiero educativo moderno

El informe también propone una hoja de ruta para modernizar el financiamiento educativo en América Latina y el Caribe. Su planteamiento se organiza en torno a cuatro pilares que, más que medidas aisladas, conforman un sistema de gestión coherente. Más que movilizar más recursos, la idea es construir instituciones capaces de sostener políticas educativas efectivas en el tiempo.

El primer pilar es movilizar más recursos de manera sostenible. Muchos países dependen en exceso de transferencias volátiles o de fondos extraordinarios. El BID sugiere avanzar hacia estructuras de financiamiento predecibles, con mecanismos que vinculen el crecimiento económico al esfuerzo educativo. También propone explorar fórmulas innovadoras, como los canjes de deuda por educación o los impuestos específicos, siempre que se acompañen de una gestión responsable y transparente.

El segundo pilar es distribuir los recursos con criterios técnicos y reglas claras. La asignación equitativa exige fórmulas basadas en indicadores de necesidad —ruralidad, pobreza, tamaño de la matrícula— y no en negociaciones políticas o inercia presupuestaria. Los modelos que combinan fondos nacionales redistributivos con aportes locales, como el brasileño FUNDEB o la subvención preferencial chilena, ofrecen ejemplos de cómo es posible reducir desigualdades mediante una arquitectura financiera bien diseñada.

El tercer pilar consiste en ejecutar el gasto con eficiencia. Esto implica fortalecer las capacidades administrativas y técnicas de los gobiernos locales y de las escuelas, simplificar procedimientos y adoptar herramientas digitales que mejoren la trazabilidad del gasto. No basta con asignar fondos: es necesario que las instituciones puedan utilizarlos de manera oportuna y pertinente.

Finalmente, el cuarto pilar es monitorear con propósito. La rendición de cuentas no puede limitarse a verificar si el dinero se gastó, sino que debe analizar qué logró. Los sistemas de información, auditoría y evaluación deben generar conocimiento útil para mejorar la toma de decisiones. Iniciativas como Más Información, Mejor Educación en Chile o las plataformas de seguimiento escolar en Brasil muestran que la transparencia y el aprendizaje institucional son condiciones del progreso educativo, no consecuencias.

En conjunto, estos pilares delinean un modelo de financiamiento que combina responsabilidad fiscal, equidad distributiva y gestión basada en evidencia. Su aplicación requiere capacidad técnica, pero sobre todo voluntad política. Un gasto educativo moderno no depende únicamente de la economía, sino de la convicción de que cada peso público debe transformarse en aprendizaje y en igualdad de oportunidades.

Más allá de la eficiencia: una obligación moral

El debate sobre el gasto educativo suele reducirse a una cuestión de eficiencia: cómo obtener mejores resultados con los mismos recursos. Pero detrás de esa búsqueda hay un asunto más profundo, que este informe deja entrever: el uso responsable del dinero público en educación no es sólo una exigencia técnica, sino una obligación moral.

Cada peso invertido en educación tiene un destino visible: un aula, un maestro, un niño. Cuando los recursos se pierden en estructuras ineficientes o en decisiones poco fundamentadas, no se está malgastando solo dinero, sino oportunidades de aprendizaje y de vida. La región ha demostrado compromiso con la expansión educativa, pero aún enfrenta el reto de transformar ese esfuerzo en resultados tangibles y equitativos.

La educación, entendida como bien público, exige una ética del gasto. Esta ética se apoya en la transparencia, en la rendición de cuentas y en la convicción de que la equidad no puede depender del azar administrativo ni del lugar de nacimiento.

El BID propone una visión pragmática y ambiciosa al miso tiempo: sistemas educativos capaces de aprender de sí mismos, de corregir errores y de orientar el gasto hacia aquello que realmente mejora los aprendizajes. Gastar bien es el modo más justo y racional de honrar la promesa educativa de nuestras sociedades.

Una invitación al cambio

El informe del BID viene a recordarnos que los sistemas educativos no solo enseñan en las aulas, también enseñan con su modo de gestionar. Invertir con inteligencia es una expresión de respeto hacia quienes más dependen de la escuela pública. Si el gasto público se concibe como una rutina presupuestaria, el sistema reproduce la inercia. En cambio, cuando se concibe como una responsabilidad social, se convierte en política educativa.

El gasto inteligente es una forma de gobernar con justicia. Supone pasar del discurso de la promesa al de la evidencia, del gasto opaco al compromiso medible. En ese tránsito se juega buena parte del futuro educativo de América Latina.

También podría interesarte