La evaluación como motor de reflexión y construcción estratégica
La evaluación no se limita únicamente a la generación de informes o documentos, sino que desempeña un papel crucial en la concepción y definición de programas. Más allá de proporcionar simplemente datos, la evaluación se revela como una herramienta valiosa en la fase inicial del programa, contribuyendo a la creación de una narrativa coherente. Esta narrativa, expresada a menudo a través de la definición de una teoría del cambio, no solo sirve como guía para la medición de resultados, sino que también contribuye a la construcción y soporte de la iniciativa.
En este caso, la lección principal extraída es la comprensión del valor que aporta la evaluación en la articulación de una teoría del cambio. Este enfoque no se trata simplemente de medir el éxito o el impacto, sino también de entender claramente los objetivos y propósitos que pretendemos obtener. La evaluación no se limita a alimentar o trabajar con la gestión del conocimiento; en cambio, se convierte en un instrumento para describir y entender la identidad y acciones de la organización.
En este sentido, la evaluación va más allá de una lógica meramente descriptiva, siendo un medio para comprender quiénes somos y qué hacemos. Se convierte en una herramienta reflexiva que documenta de manera significativa los objetivos y propósitos, permitiendo a la organización no solo gestionar el conocimiento de manera efectiva, sino también iniciar un proceso de reflexión continuo sobre su identidad y actividades. Así, la evaluación se erige como un componente integral en la gestión del conocimiento, brindando una perspectiva que va más allá de la mera recopilación de datos, contribuyendo activamente a la construcción y mejora constante de la organización.
La lógica citadina o la necesidad de alineación con las realidades locales
El “pensamiento citadino”, analizado en el contexto de procesos evaluativos, revela la tendencia a aplicar lógicas urbanas, o por extensión lógicas de país desarrollado, a situaciones que no responden a esa perspectiva. Esta reflexión surge a partir de la experiencia de un programa que se originó a partir de un mandato de los ministros de Educación de Latinoamérica, España y Portugal.
En este programa, la palabra clave utilizada en la concepción del proyecto (originado como ya hemos dicho en la alta administración) era “evaluación” o “mejora de la calidad educativa desde la inclusión”. Sin embargo, la realidad en las comunidades y contextos locales en entornos vulnerables no se alinea tanto con la noción de calidad educativa concebida desde una perspectiva citadina, sino más bien desde el concepto de “educación digna”.
Surge así un aprendizaje clave: la importancia de pensar desde la realidad local, considerando el marco teórico y conceptual que se maneja. En muchos casos, los conceptos o intervenciones diseñados desde perspectivas urbanas no encajaban en la práctica en los contextos directos de intervención.
La lógica citadina, que no se limita a una influencia europea o española, se define como un enfoque surgido desde lo urbano y un tipo específico de pensamiento. Aunque puede parecer lógico y razonable desde el punto de vista teórico, en la práctica, especialmente al ingresar a contextos como comunidades afrocolombianas, indígenas o lugares remotos con desafíos logísticos y educativos, esta lógica no se ajusta a la realidad.
La conclusión extraída es que, a pesar de la lógica razonable desde la teoría, la práctica a menudo no se alinea con la realidad local, lo que limita la efectividad de los programas y su capacidad para impulsar transformaciones significativas. Este reconocimiento subraya la necesidad de adaptar enfoques y estrategias evaluativas a las características específicas de cada contexto, reconociendo y respetando las diversidades y particularidades de las comunidades involucradas.
La obtención de información en contextos difíciles
La adaptabilidad de los procesos evaluativos y la capacidad de establecer conexiones significativas en terreno son fundamentales para superar las limitaciones impuestas por contextos difíciles, permitiendo así una gestión de conocimiento más efectiva en el seno de las organizaciones.
Esta reflexión surge de dos experiencias desarrolladas en Cuba y en Marruecos. En ambas situaciones, nos enfrentamos a realidades en las que el contexto mismo prácticamente impedía la obtención de hallazgos e información confiable. Estamos hablando específicamente de Cuba, donde las posibilidades de obtener hallazgos, evidencias y testimonios no condicionados o sesgados son prácticamente nulas, y de Marruecos, donde se presentaba una situación similar, haciendo prácticamente imposible obtener información en la cual pudiéramos confiar mínimamente.
En estos casos, la evaluación se veía obstaculizada por restricciones y sesgos extremadamente rigurosos de control. Se evitaba filtrar cualquier información que pudiera poner en riesgo la visión del país u otros aspectos. Sin embargo, incluso en contextos con altos niveles de control y restricción, existía una posibilidad de obtener información valiosa. Al acercarnos al terreno y a las personas, rompíamos esa primera barrera. A pesar de sentir la presión y la vigilancia, era posible encontrar información que permitiera deducir o inducir áreas de mejora en la intervención específica.
Este caso demuestra que, incluso en los entornos más desafiantes, la verdad puede aflorar. Al interactuar directamente con las personas y superar las restricciones, se abre la posibilidad de identificar puntos clave para mejorar la intervención.
La evaluación como ejercicio de memoria colectiva
Otra importante lección aprendida, surgida de una experiencia pospandemia en el año 2020, destaca la importancia de los procesos evaluativos como ejercicios de memoria colectiva y, en algunos casos, de memoria de resistencia.
Este ejercicio se llevó a cabo en colaboración con la Fundación Entreculturas y la Red de Centros Educativos de Educación Popular de Fe y Alegría en Latinoamérica, donde, bajo la denominación de un ejercicio evaluativo, en realidad, se llevó a cabo un profundo análisis de la respuesta a la COVID-19 en ocho o nueve países de Latinoamérica. Este proceso no solo buscaba documentar la experiencia, sino también identificar aprendizajes valiosos que pudieran aplicarse en futuros contextos de emergencia, no necesariamente sanitaria.
Durante las conversaciones con equipos técnicos, profesores y profesoras, surgieron casos tremendamente inspiradores, como el de Paraguay, donde las instalaciones de la institución en el país se convirtieron prácticamente en una imprenta para imprimir cuadernillos y mantener la conexión con las familias. En Argentina, se señaló cómo la virtualidad permitió a los educadores detectar problemas de violencia, agravada por la situación, y desatención en los estudiantes. Estos relatos también incluyeron experiencias de autoayuda en Uruguay, con grupos de profesores liberando frustraciones en los llamados “cafés de los jueves”, generando una dinámica que funcionó como válvula de escape en medio de las dificultades.
En conjunto, estos ejemplos ilustran cómo los ejercicios evaluativos no solo se centran en la mejora y la rendición de cuentas, sino que también desempeñan un papel vital como herramientas de memoria. La evaluación, en este contexto, se revela como un medio para documentar y recordar las estrategias de resistencia, adaptación y solidaridad que emergieron durante momentos críticos, brindando valiosas lecciones para el futuro.
El efecto “Moral de tropa”
Otro “efecto colateral” nada desdeñable de los procesos evaluativos es el que podríamos llamar el “efecto moral de tropa”, referido a la percepción de los equipos sobre la relevancia de sus actividades, especialmente en periodos desafiantes o de cuestionamiento público.
Este fenómeno se da en aquellas situaciones en las que los equipos se encuentran desmoralizados y cuestionan la utilidad de sus esfuerzos. En estos casos, la implementación de procesos evaluativos puede tener un impacto significativo. Al realizar evaluaciones de impacto que arrojen resultados positivos y tangibles sobre la efectividad de determinados programas o acciones, puede generarse un cambio en la percepción de los trabajadores.
Estos ejercicios de evaluación no solo proveen datos cuantitativos, sino que también infunden moral al equipo al reconocer que su labor contribuye de manera significativa a los objetivos organizacionales. Este reconocimiento, al proporcionar una clara conexión entre las actividades cotidianas y los resultados positivos, puede cambiar la perspectiva de los empleados y reforzar la percepción de que su trabajo tiene un propósito valioso.
La valentía de mirar toda la foto
En muchos casos, las evaluaciones nos revelan «verdades” que ya intuíamos o percibíamos, pero que a veces evitamos enfrentar. Es común perderse en los detalles y en los datos específicos, dejando de ver la imagen completa al enfocarnos en una parte concreta de la foto. Es aquí donde se requiere valentía.
Es valiente no dejarse llevar únicamente por datos particulares, aunque tengan su utilidad, y tener la capacidad de mantener una visión agregada y global. Este enfoque valiente implica enfrentar verdades incómodas, escuchar cosas que quizás preferiríamos evitar y, en última instancia, tomar decisiones difíciles. Mirar la foto completa, incluso cuando nos enfrentamos a realidades desafiantes, es esencial para la mejora continua y el crecimiento organizacional. En definitiva, estos procesos deben ser valientes en su búsqueda de la verdad y su disposición para afrontar los desafíos que puedan surgir.
Transformar la evaluación en acción
La efectividad de la evaluación radica en su capacidad para generar cambios de manera más o menos inmediata y transformar procesos internos. Y en este sentido, los sistemas de seguimiento síncronos demuestran ser más eficientes que las evaluaciones finales o a posteriori. Los informes ex post son valiosos para la rendición de cuentas, pero tienen limitada capacidad de mejora, a menos que se trate de proyectos recurrentes. La iniciativa de contar con un sistema de seguimiento propio se destaca como una alternativa más cercana para convertir la evaluación en acción.
Factores clave en la consolidación de una cultura de la evaluación
La consolidación de una cultura de evaluación efectiva en una organización depende de varios factores clave. Más allá de la imposición externa, la narrativa compartida sobre cómo la evaluación transforma la acción y genera cambios ágiles es esencial. Asimismo, la práctica de documentar y compartir historias sobre cómo se han introducido mejoras contribuye significativamente a la internalización de la evaluación.
La existencia de procesos obligatorios, estándares y requisitos con actores que establezcan la obligación de realizar evaluaciones, también influye en la creación de una cultura evaluativa. Además, la formación en evaluación y seguimiento, junto con la incorporación de conocimientos sobre cómo evaluar programas, son factores determinantes.
Otro elemento destacado es el papel del presupuesto y la relación con la formación en evaluación. Las organizaciones que reconocen la importancia de la evaluación como parte integral de su cultura suelen operar programas con un enfoque reflexivo y continuo. Además, la práctica constante del autocuestionamiento, se percibe como una valiosa marca de identidad que refleja la autenticidad y la arraigada cultura evaluativa en la institución.
La evaluación, en definitiva, parte del método pero no puede verse sometida a él, es un instrumento de para retratar una intervención, pero a la vez, para cambiarlo, para cambiar a los protagonistas y para cambiarnos a nosotros mismos.
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