Cambiar el mundo: un juego de niños

Dina Buchbinder ha puesto a jugar a más de un millón de personas en varios países del mundo: maestras y maestros, estudiantes, padres… Todos juegan al son que marca esta mujer que un día decidió que era posible aprender de otra manera. Conectar a los niños con sus emociones a través del juego, promoviendo así, la reflexión y motivándoles hacia la acción. Porque se puede cambiar el mundo. El movimiento de la ciudadanía global ha empezado.

Cambiar el mundo: un juego de niños

La educación que te ilumina

Dina Buchbinder creció inspirada por las historias de su abuela Clarita: historias de cómo escaparon de Ucrania. Tomar el barco, mudarse a un país extranjero, buscar la forma para sacar de allí a toda la familia. Esas historias le generaron una inquietud muy marcada: Nunca he podido entender por qué la gente tiene que escapar. ¿No? Digo: hay muchas razones, pero ¿por qué esas razones existen? ¿Por qué la gente no puede nacer, crecer en un entorno pacífico sin tener que escapar?”

Esa inquietud, unida a su espíritu vivaracho y saltarín (“me costaba mucho trabajo simplemente ver al pizarrón y escuchar la lección y quedarme quieta”), fue la semilla que hizo crecer en Dina la firme convicción de que la educación, la educación real, era otra cosa : “Yo necesitaba jugar y moverme para aprender. Y esos eran los momentos cuando realmente yo veía la luz y me sentía viva, y veía cómo a mis compañeras y compañeros les pasaba lo mismo.” Por eso, estaba segura de tenían que existir otras maneras de educar. Algo que no implicara estar sentados y callados, recibiendo información pasivamente. Una educación participativa, en la que el movimiento, el juego y la diversión tuvieran un papel importante: el sistema de educación, como la mayoría de nosotras y nosotros lo conocemos, pues no es necesariamente atractivo, emocionante, que te atrape, que te conecte con tu mejor versión. Entonces, sí creo que hay un trabajo enorme detrás de cómo aprendemos, de cómo enseñamos, de cómo nos conectamos y cómo nos maravillamos por aquello que hay para aprender, ¿no? de una forma sana, divertida, incluyente, emocionante.”

Y así nació, hace 14 años, Educación para Compartir, una organización internacional cuyo objetivo principal es formar mejores ciudadanos globales, desde la niñez, utilizando para ello el poder del juego: “Juega, reflexiona, actúa, ese es nuestro marco.”

Ciudadanía GlobalCiudadanos globales para cambiar el mundo

Pero, ¿qué es un ciudadano global? Para Dina Buchbinder, un ciudadano global es una persona que desde cualquier contexto es capaz de practicar valores cívicos; es consciente de los retos globales y los retos globales desde su comunidad; que le interesa involucrarse en la solución de estos retos y desarrolla habilidades para poder contribuir y actuar. Y como individuo, pero también colectivamente para resolverlos.” Para resolver esos retos, un ciudadano global tiene que desarrollar competencias y habilidades como el pensamiento crítico, la colaboración y el trabajo en equipo, el liderazgo, la alfabetización digital, la creatividad, la resolución de problemas… Para hacer esto “es fundamental sembrar esa mirada, ese accionar como ciudadanos globales, desde la infancia.”

¿Y cómo lo hacemos? ¿Cómo sembramos esa semilla? ¿Cómo preparamos a nuestras niñas y niños para convertirse en esos ciudadanos globales que los grandes retos que nuestra sociedad está demandando? En Educación para Compartir utilizan la Agenda 2030 como uno de los ingredientes más importantes de su metodología. Aunque traducir esos grandes retos globales de una manera tangible, divertida y cercana a los niños es un gran reto. Los chicos tienen que entender por qué les interesan y qué tienen que ver con ellos. Para ello, utilizan los Objetivos de Desarrollo Sostenible como contenidos pedagógicos en cada uno de los juegos y actividades que implementan con maestras, maestros y educadores en escuelas, centros comunitarios, en casa… Cualquier contexto vale porque el juego, dice Dina “es un lenguaje universal.”

Hasta ahora esto se ha traducido en más de 2.000 proyectos hechos por niñas y niños hacia la consecución de los objetivos del milenio. Pero lo más importante es que los chicos “llevan a cabo esos proyectos con una serie de valores cívicos en la práctica. Es decir, hacen estos proyectos trabajando en equipo, jugando limpio, respetando a las y los demás, incluyendo a todas y a todos, entendiendo cuáles son las distintas fortalezas que cada quien trae en el equipo y cómo ir dialogando y resolviendo los retos que se les van presentando.” Esto se nota en los resultados. Los participantes en el programa han aumentado sus prácticas de igualdad de género en un 55%, se ha producido un aumento del 41% en aumento de juego limpio y la empatía se ha incrementado en 42 puntos porcentuales.

En lo que se refiere a los desafíos docentes a la hora de enseñar ciudadanía global, los retos más importantes tienen que ver con la falta de articulación y de adecuación entre la ciudadanía global y los sistemas de evaluación y de medición de competencias: “si vamos a evaluar a los niños por saber sumar, restar, leer… los maestros se van a enfocar en esto. Y más teniendo en cuenta que siempre están presionados por el tiempo.” No obstante, su experiencia con más de 20.000 docentes le ha enseñado que “muchos de ellos están dispuestos a integrar y a escalar, así como a conquistar nuevas metodologías y maneras de enseñar para ser relevantes y útiles, agregando valor a la educación de sus estudiantes.”

Pero para que todo esto se haga efectivo, para que la educación de las generaciones futuras gire hacia lo que la sociedad actual demanda de nuestros ciudadanos es imprescindible la generación de políticas públicas que ponga el acento de la educación en el desarrollo de esta ciudadanía global. Para Dina, “enseñar ciudadanía global y aprender a sumar, restar, leer y escribir no son excluyentes. Pueden vincularse de una forma muy natural.” En este sentido, su experiencia y otras experiencias similares deben convertirse en un canal de información básico para los gobiernos en torno a la integración de estas nuevas pedagogías y prácticas educativas, que ya existen, pero que tienen que plasmarse en un sistema macro. Por eso los gobiernos tienen un rol fundamental, pero también, es un engranaje: es el rol de los gobiernos, el rol del sector privado, el rol del las y los ciudadanos de todos los días, de las organizaciones internacionales, de la Academia…”.

Una coincidencia muy afortunada

Educación para Compartir y ProFuturo se conocieron en 2018 en el marco del Festival Global de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en la ciudad alemana de Bonn. “Fue un clic inmediato: participamos en una actividad conjunta y formamos un equipo que estaba como naturalmente listo para accionar.” Eso propició la formación de una alianza que se materializó en el Club 2030, una iniciativa de educación digital enfocada en crear competencias clave sobre desarrollo sostenible, en maestras, maestros y estudiantes. Una iniciativa que, en palabras de Dina “une lo mejor de los dos mundos: el poder del juego y el poder de la tecnología.”

Este “clic” que unió inmediatamente las trayectorias de ProFuturo y Educación para Compartir se produjo porque ambas organizaciones comparten el desarrollo de la ciudadanía global como uno de los puntos centrales de su accionar.

El desarrollo de la ciudadanía global entre los más pequeños está en línea con las tres identidades fundamentales que, según el Marco para Aprender en la Era Digital. Desarrollado por ProFuturo, sirven para empoderar al aprendiz: somos ciudadanos (identidad para la ciudadanía), somos constructores de conocimiento (identidad para la construcción del conocimiento) y somos personas en conexión (identidad para la conexión).  Estas identidades se articulan a través de diversos roles, componentes y funciones que, como ya hemos mencionado, están en línea con el desarrollo de la ciudadanía global de Educación para Compartir.

En el caso de la construcción de nuestra identidad ciudadana, el aprendizaje de la ciudadanía global nos ayuda a desplegar las funciones de ciudadanía activa, en la que el estudiante interviene, actúa y se preocupa por su entorno natural, social y digital como parte de su proceso de aprendizaje; de salud, entorno y medio ambiente, en la que el estudiante promueve su bienestar personal y su relación armónica con el entorno, y de conciencia global e intercultural, a través de la cual el aprendiz es consciente del impacto que tiene su aprendizaje en un mundo globalizado y de la necesidad de dar una respuesta intercultural a la diversidad. También se despliegan las funciones de motivación para el aprendizaje, superación de la adversidad y tolerancia a la incertidumbre.

En el caso de nuestra identidad como constructores de conocimiento, la ciudadanía global nos ayuda a desarrollar funciones como el aprendizaje crítico y creativo y el manejo de destrezas socioemocionales.

Por último, la ciudadanía global promueve varias funciones relacionadas con nuestra identidad de personas en conexión: por ejemplo, la participación en la comunidad de aprendizaje, el liderazgo para el aprendizaje, la interacción en entornos de diversidad y la empatía.

Y así, esta historia que empezó hace ya algunos años, con la sencilla pregunta de una niña conmovida por las peripecias de su familia, ha transformado la educación y la vida de cientos de miles de estudiantes en varios países del planeta, en un ejemplo más de cómo una ciudadanía global en acción puede cambiar el mundo.

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