Niños de seis años que enseñan a usar internet a sus abuelos y que les configuran los ajustes de sus teléfonos móviles; aplicaciones para dispositivos digitales diseñadas y dirigidas a niños de cinco años… Que los niños hacen cada vez mayor uso de las tecnologías digitales y de internet, es un hecho completamente irrefutable. Para comprobarlo, solo hace falta pararse y mirar a nuestro alrededor: en las salas de espera del médico, en bares y restaurantes, en el transporte público… Pero si queremos datos oficiales, también los tenemos. Según UNICEF, uno de cada tres usuarios de internet en todo el mundo es un niño. En España, los datos del Instituto Nacional de Estadística nos dicen que, en 2020, el 86,7% de los niños de 10 años acede a internet con regularidad, porcentaje que se eleva al 92,4 en los niños de 11 años y al 92,8 en los de 12. Por su parte, el 69,5% de la población de 10 a 15 años dispone de teléfono móvil.
Que las nuevas tecnologías han supuesto enormes ventajas en todos los ámbitos de la vida también es un hecho universalmente reconocido; pero también es cierto que el uso de las tecnologías de la información y la comunicación entrañan graves riesgos, especialmente para la población más joven, y que las medidas para proteger a niños y niñas de los riesgos del mundo digital aún son escasas. Lo dice UNICEF en su informe El estado mundial de la infancia 2017: niños en un mundo digital, que analiza cómo afecta la tecnología digital a las vidas de los niños. Según esta publicación, los gobiernos y el sector privado no han seguido el ritmo del cambio, y han dejado expuestos a los más pequeños a nuevos riesgos y peligros, al tiempo que millones de niños y niñas desfavorecidos han quedado atrás.
El Estado Mundial de la Infancia aborda cómo Internet ha aumentado la vulnerabilidad de los niños ante los riesgos y peligros, como el uso indebido de su información privada, el acceso a contenidos perjudiciales y el acoso cibernético. La presencia generalizada de dispositivos móviles ha hecho que el acceso online de los niños esté menos supervisado y sea potencialmente más peligroso; además, las redes digitales como la “web oscura” y las criptomonedas están facilitando las peores formas de explotación y abuso, entre ellas la trata y la difusión online de pornografía infantil “hecha a la medida del usuario”.
Así las cosas, ¿qué podemos hacer para proteger a niños y niñas de los riesgos que implica el mal uso de estas tecnologías? Los expertos coinciden en que el problema principal no es la tecnología sino la forma en la que se está educando al ciudadano del siglo XXI. Los jóvenes deben aprender a usar la tecnología de forma segura, ética, crítica y responsable. En 2018, la OCDE comenzó a medir la llamada Competencia Global en su Informe PISA. La competencia global se relaciona con las necesidades de la nueva sociedad, diversa, interconectada e independiente. Se miden cosas como el respeto por la diferencia, la sensibilidad hacia los puntos de vista del otro, la habilidad de los estudiantes para distinguir lo correcto de lo incorrecto o cómo entienden y analizan críticamente asuntos globales e interculturales. Sus conclusiones no fueron demasiado alentadoras: por ejemplo, tan solo uno de cada 10 estudiantes era capaz de distinguir entre hechos y opiniones y casi un 25% decían sufrir acoso escolar al menos una vez al mes. Algunos estudios han demostrado que, si bien los más pequeños (nativos digitales) manejan con soltura las nuevas tecnologías, carecen de las habilidades técnicas, críticas y sociales necesarias para enfrentarse a los peligros que estas representan.
¿Cómo preparar a las nuevas generaciones para que hagan un uso responsable de las nuevas tecnologías? ¿Qué hay que aprender para ser una personal “digitalmente competente”? En el Marco Global de la competencia para Aprender y Educar en la era digital de ProFuturo se establece que uno de los elementos fundamentales de la competencia para aprender en la era digital es “la puesta en funcionamiento del pensamiento crítico y creativo y su aplicación a la transformación de la realidad. En este aspecto, el pensamiento crítico y creativo es tanto un punto de arranque del aprendizaje (lectura crítica y creativa de la realidad o de la información) como una vía para el desarrollo de la ciudadanía comprometida (transformación de la realidad a través del aprendizaje crítico y creativo).”
En términos sencillos, para desarrollar el pensamiento crítico es imprescindible aprender a pensar. Esto consiste en una serie de habilidades que van desde identificar y reconocer relaciones, hacer inferencias correctas, evaluar evidencias, realizar proposiciones sólidas y deducir conclusiones. Tener pensamiento crítico, entonces, es una condición necesaria para hacer un uso responsable y seguro de las redes. Y puede promoverse, entre otras cosas, impulsando el desarrollo del pensamiento computacional en el hogar y en la escuela porque, tal y como lo hemos propuesto desde ProFuturo, constituye una clave inequívoca para que los niños, aprendan a evaluar, discernir, tomar decisiones y actuar de una forma segura y protegida.
La escuela y los docentes, además de las familias, juegan un papel esencial en el desarrollo de la competencia digital. Las escuelas están en la posición ideal para promover un uso educativo, creativo y seguro de las nuevas tecnologías. Pero también es necesario que existan políticas institucionales que contribuyan a la formación de futuros ciudadanos digitales, comprometidos con los valores de la sociedad diversa, interconectada y global del siglo XXI.