Autora: Marcela Momberg*
La docente chilena, Marcela Momberg, experta en la aplicación e incorporación de las nuevas tecnologías a las prácticas pedagógicas, nos habla en este artículo del gran desafío que deben asumir las instituciones educativas latinoamericanas para adaptarse a una sociedad cambiante y altamente influenciada por las nuevas tecnologías.
El uso de la tecnología en los últimos años ha sido un hecho esencial que ha cambiado al mundo en forma enérgica. En educación, el uso de la digitalización comenzó con la masificación de internet y las redes sociales. Nuestros alumnos cambiaron sus prácticas comunicacionales de forma radical y autodidacta, sin aviso previo y sin tutoría familiar o docente de ninguna clase. Tanto fue así que les consideramos “nativos digitales”, lo cual fue una apreciación errónea de muchos. A poco andar, nos hemos dado cuenta de que esta denominación está muy lejos de ser una realidad y que sus destrezas de “usuarios avanzados” reflejan mejor sus habilidades y competencias.
El mundo cambió su forma de comunicarse, de administrar, de crecer. Pero el cambio que ha tenido (y tendrá) mayor repercusión en el ser humano ha sido el laboral, un cambio que, además, ha dejado expuesto nuestro atraso en relación con la profesión docente.
El avance tecnológico provocó una cantidad importante de cambios en la forma de trabajar y de relacionarse. En la sociedad moderna, los “llaneros solitarios” o profesionales individualistas están en extinción. Hoy, la gran industria basa su capital humano en habilidades colaborativas, trabajo en equipo, análisis y respuestas innovadoras, la comunicación social como un factor de integración y crecimiento social, y el cuidado del medio ambiente como un estándar mandatorio.
Sin embargo, los modelos educacionales en uso en nuestras aulas están lejos de ser una respuesta a estos nuevos modelos laborales. El “relator” como único medio de traspaso del conocimiento está en proceso de profundos cambios; y, lamentablemente para el mundo adulto, estos cambios no están siendo liderados por corrientes pedagógicas innovadoras, sino que han sido provocados por los usos y costumbres de los más jóvenes, quienes terminaron siendo, como tan bien lo define el idioma inglés, los early adopters, los niños que adoptaron la tecnología.
Hace mucho tiempo que algunos de los países más avanzados dieron un paso fundamental en sus sociedades al desarrollar modelos pedagógicos que fomentan la indagación entre los aprendices. En algunas de sus universidades se están produciendo cambios estructurales como estudio de casos, trabajo en equipo, presentación y defensa de trabajos y puntos de vista. Dentro de estos cambios importantes se produce un significativo impulso de prácticas pedagógicas innovadoras como el Aprendizaje Basado en Proyectos, el Aula Invertida y diversas herramientas y plataformas educacionales que impulsan la pedagogía activa, superando el “relato catedrático” dominante desde los orígenes de la educación contemporanea.
Estos modelos tienen objetivos similares que, en su esencia, buscan el aprendizaje en equipo; la investigación como medio de aprendizaje; la incorporación de múltiples fuentes de información, activas, pasivas, analógicas o digitales; la creatividad como diferenciación personal y el anclaje en lo social de nuestros estudios y propuestas como respuesta a nuestro entorno real. Comienzan en forma simple e “ingenua” hasta alcanzar un nivel de complejidad, creatividad y exigencia que desarrolla las capacidades y competencias de cualquier ser humano involucrado en el proceso. Permiten el desarrollo de la persona sin importar su condición socioeconómica o sus intereses y habilidades personales. En estos modelos, tanto el docente (que, de ahora en más, pasa a ser un facilitador) como el alumno pueden desarrollar sus habilidades reales e inclusivas.
Sus líneas de acción pasan por la incorporación de distintos contenidos y destrezas personales, con el objetivo de desarrollar habilidades y competencias al servicio de la persona y su desarrollo social.
La pandemia no solo ha traído pesar y pérdidas. También nos ha brindado cambios fundamentales en la educación. Los alumnos, padres y profesores han adquirido toneladas de conocimientos y experiencias, principalmente en el trato humano social y en la adopción de recursos personales que nos han permitido seguir estudiando en modos impensables hasta hace tan solo dos años atrás.
Una de las conclusiones a las que llegaron especialistas de la Universidad de Harvard que analizaron la educación en el mapa mundial fue que los que más rápido continuaron su docencia pospandemia fueron los alumnos de aquellos países que usan modelos participativos y plataformas educacionales. En Latinoamérica ha sido más lento: el mundo docente se enfrentó a una pantalla por primera vez; luego, nos dimos cuenta de que nuestra malla curricular es coléricamente extensiva, de que los supuestos nativos digitales no eran más que usuarios avanzados de juegos y aplicaciones y de que la tecnología era un aliado que nos permitió comunicarnos y sobrevivir.
Por si lo anterior no fuese gravoso, aún seguimos dándole vueltas al uso tecnológico y a cuestiones como el tipo de cámaras que necesitamos para soportar la educación presencial y remota, que hoy ha sido definida como “educación híbrida”. Difícil convencer de que el problema no es tecnológico sino pedagógico. Que no necesitamos mejores cámaras sino modelos que nos permitan educar mejor, que interactúen mejor con los alumnos.
En este sentido, mi objetivo como docente es seguir buscando un mayor protagonismo de los alumnos. Desarrollar la educación solucionando problemas comunicacionales que se puedan presentar y no ser esclavos de modelos y tecnologías que seguirán cambiando y en constante desarrollo. El avance de la educación siempre será un tema pedagógico, no la capacidad robótica de sus cámaras.
En Chile el interés por el modelo ABP (Aprendizaje Basado en Proyectos) ha sido explosivo. Muchos profesionales están interesados en saber de qué se trata, en tener una capacitación, y las autoridades educativas lo han incorporado en la planificación docente. Pero la realidad nos ha demostrado que el cambio requiere un involucramiento real por parte de las instituciones y, lamentablemente, la dirección de las instituciones docentes está como ausente del proceso. Un profesor puede ser muy aplicado e intencionado en la implementación del ABP o el Aula Invertida en su colegio; pero si los responsables de las unidades técnico-pedagógicas o las direcciones docentes de los colegios y liceos no estructuran formalmente el cambio en su institución, este será un esfuerzo sin consecuencia que, además, desmotivará no solo a su plantel docente, sino también a alumnos y padres.
Las instituciones educacionales que estudian responsablemente la incorporación de modelos colaborativos en sus colegios son escasas. La implementación de estos nuevos modelos requiere de compromiso y entrega, es necesario planificar. El ABP y el Aula invertida no solo necesitan de capacitación docente sino de planificación, y su puesta en marcha debe ir acompañada de decisiones ejecutivas.
La docencia está atrasada. El mercado productivo trabaja en base a proyectos y la docencia aún no se preocupa de desarrollar las capacidades de sus alumnos; la industria se está automatizando, las cuadrillas de empresas de servicios hoy operan en base a proyectos, y ni siquiera las mallas curriculares de las escuelas de pedagogía reflejan la incorporación de la conectividad del mundo y sus formas de comunicarse.
En América Latina hay muchos colegios interesados en el cambio, pero muy pocos iniciaron el proceso y todavía hay demasiados durmiendo sobre su realidad obsoleta.
Solo este año he participado en cientos de horas de capacitación docente a miles de profesores. El entusiasmo es alentador pero el gran miedo imperante son los apoyos y recursos que puedan recibir de sus direcciones. Y esto es un factor más que preocupante.
Ningún cambio es fácil ni carente de riesgos y dificultades. Pero los cambios son modulares, controlados y evaluables durante su desarrollo. Ninguno de estos modelos pedagógicos son refundacionales, sino que se hacen de forma gradual, conviven con la enseñanza tradicional. Hay colegios que comenzaron con un grado medio de la educación básica para así ir escalonando su complejidad hasta fines de la educación media. Lo mismo en lo que respecta a la complejidad docente. Muchos nos hemos visto sorprendidos con las habilidades y competencias que han desarrollado nuestros alumnos en el corto tiempo.
La exposición que han tenido los alumnos con su ingreso a la nueva sociedad de la información es muy grande y la gran realidad es que estos cambios no tienen vuelta atrás. El mundo docente tendrá, forzosamente, que asumir su nuevo rol.
*Este artículo es una colaboración de su autora con el Observatorio ProFuturo y refleja sus puntos de vista y opiniones y no necesariamente los de este Observatorio. Este material es de Propiedad Intelectual de su autora (Marcela Momberg) y solo puede ser reproducido con su expresa autorización escrita.
LA AUTORA
Con más 20 años de experiencia como maestra en el aula, Marcela Momberg lleva más de 12 como consultora y conferenciante en educación 2.0. Marcela imparte charlas, capacitaciones y seminarios con el objetivo de potenciar la transformación digital de los docentes en el aula, apoyándolos en la creación de nuevas técnicas educativas que respondan a los alumnos de la nueva sociedad. Su foco principal de acción se encuentra en el manejo de recursos digitales para la educación y en el desarrollo de modelos de cambio de “enseñanza expositiva” a “enseñanza por método investigativo” o “aprendizaje en base a proyectos”. Marcela es autora de los libros Huérfano Digital y Twitter para niños: Educando a futuros líderes.