Coches que se conducen solos, robots que operan corazones o que cuidan de personas dependientes, sistemas que son capaces de predecir la contaminación ambiental a través de algoritmos… No son situaciones descritas en películas o novelas de ciencia ficción. Es nuestro día a día. No es el futuro. Es hoy. Las nuevas tecnologías han cambiado nuestra forma de vivir y nuestras sociedades a una velocidad sin precedentes. Y seguirán haciéndolo. El mundo actual no se parece en nada al que conocimos hace tan solo 30 años. Preparar a los estudiantes para este nuevo mundo es una necesidad vital.
Las nuevas tecnologías y todos los servicios que nos brindan en salud, educación, administración, servicios… tienen una doble cara: por un lado, nos facilitan la vida y nos ofrecen un acceso más fácil y amplio a diferentes oportunidades socioeconómicas; pero, por otro lado, nos plantean un gran desafío relacionado con la inclusión social: que las personas carentes de habilidades digitales o que no dispongan de acceso a internet queden excluidas del progreso. Tenemos que evitar a toda costa que los niños, niñas y jóvenes que ya se encuentran en una situación de vulnerabilidad por sus condiciones socioeconómicas, se conviertan en personas aún más vulnerables por no poder acceder a las nuevas tecnologías o no tener las habilidades necesarias para desenvolverse en la nueva sociedad digital. Esto es la brecha digital y la educación desempeña un papel absolutamente fundamental para eliminarla.
En sus famosos ODS, las Naciones Unidas establecen que “todos los niños y niñas, independientemente de su contexto y situación, deberían acceder a una educación de calidad.” Ahora bien, ¿qué significa “educación de calidad” en el siglo XXI? ¿Cómo democratizar su acceso?
El Observatorio ProFuturo, en su publicación Retos: Inclusión social desde la educación digital, ha identificado tres ámbitos de acción que pueden contribuir enormemente a la democratización de la educación. Son las metodologías activas y la integración de la diversidad, la educación en áreas de conflicto y el aprendizaje móvil o Mobile Learning.
¿Cómo ayudan estos procesos a la democratización de la educación?
Las metodologías activas se centran en el estudiante y lo convierten en parte activa del aprendizaje conectándolo con su realidad cercana. Así aumenta su motivación para aprender y se implica más en su proceso de desarrollo académico y personal. El alumnado participa más, comprende mejor la relación entre conceptos y su entorno, y desarrolla habilidades y capacidades de forma personalizada y autónoma.
La situación especial que viven los niños en áreas de conflicto, donde la educación de calidad se encuentra más en riesgo que en ningún sitio por motivos obvios, convierten estos lugares en sitios con unas características únicas para demostrar la capacidad que tiene la educación para romper ciclos de pobreza, violencia e injusticia cuando se ponen a disposición de los niños y niñas las herramientas necesarias para que se construyan un futuro mejor para ellos y sus comunidades.
El mobile learning o aprendizaje móvil (el uso de tecnologías móviles como herramientas educativas) se presenta como un gran instrumento para democratizar el aprendizaje ya que permite un acceso fácil y económico a contenidos y recursos educativos, en múltiples formatos (texto, vídeo, audio…) y que pueden ser utilizados en diferentes lugares y momentos.
Si quieres saber más sobre cómo se abordan estos retos en ProFuturo, qué iniciativas se han puesto en marcha en diferentes lugares del mundo o qué opina nuestra comunidad de lectores sobre estos asuntos, descárgate nuestra publicación Retos: Inclusión social desde la educación digital.