En medio de una revolución tecnológica que está poniendo patas arriba todos los cimientos de nuestra sociedad, el sector educativo vive momentos convulsos. La velocidad y la profundidad de los cambios, quizás los más grandes que hemos vivido en los últimos siglos, asusta y sirve un terreno abonado en el que la demagogia y el discurso irreflexivo campan a sus anchas. Encarnación de todos los males para unos y remedio mágico para otros, la tecnología en educación se ha convertido en objeto de intenso debate en los últimos meses.
En medio de todo esto, el Informe PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes), la prueba educativa más importante del mundo, promovida por la OCDE y que evalúa, cada tres años, el rendimiento académico de estudiantes de 15 años en diferentes países. La última edición del informe nos ha anunciado una pequeña debacle: globalmente, la caída en los resultados de aprendizaje ha sido la mayor desde los inicios del informe en el año 2000. Según PISA, esta caída, de 10 puntos en lectura y 15 en matemáticas, solo puede ser parcialmente atribuida a los efectos de la COVID-19.
La OCDE ha entrado de lleno en el debate al indicar que el uso de teléfonos y otros dispositivos electrónicos puede también impactar en el aprendizaje, para, a continuación, desaconsejar su prohibición y pedir a los gobiernos desarrollen políticas que permitan que los estudiantes hagan un uso adecuado y moderado en la escuela “con la finalidad de aprender”.
Este enfrentamiento, que a menudo se presenta como una dicotomía entre tradición y progreso, deja de lado la verdadera cuestión: cómo integrar de manera efectiva las herramientas tecnológicas en el ámbito educativo. Exploraremos este debate, destacando los malentendidos comunes y abogando por una visión más equilibrada que reconozca el potencial transformador de la tecnología en la educación.
¿Qué no es tecnología educativa?
Intentemos centrar el debate desterrando falsos mitos acerca de lo que es y lo que no es tecnología educativa.
Tecnología educativa no es, como nos cuenta Laura Cuesta en la Revista Telos, pasar del libro físico a la tablet. La tecnología educativa va mucho más allá de la simple transición de soportes y su verdadera esencia no reside únicamente en cambiar la plataforma de aprendizaje, sino en transformar la experiencia educativa de manera integral. Como argumenta Cuesta, “hablamos de una cuestión pedagógica y no tecnológica. Todo debe basarse en una metodología, dando igual el soporte con cual la llevemos a cabo: podemos perfectamente fomentar la comprensión lectora y el pensamiento crítico con un libro o con una tablet, el éxito dependerá́ del tipo de actividad que planteemos a nuestros alumnos y de cómo consigamos motivarles para ello”.
Como muy bien establece esta autora, culpar a las pantallas por los malos resultados en pruebas de comprensión lectora es, como poco, un enfoque simplista. Sobre todo porque a las edades en las que se establecen las bases y fundamentos de la lectoescritura los procesos de digitalización y exposición a las nuevas tecnologías son aún muy limitados.
¿Qué es la tecnología educativa?
Plataformas en línea, bibliotecas digitales, aplicaciones educativas… La tecnología educativa bien empleada puede desempeñar un papel crucial en la reducción de disparidades educativas. Por ejemplo, puede proporcionar acceso a una amplia gama de recursos educativos. Plataformas en línea, bibliotecas digitales y aplicaciones educativas permiten a los estudiantes, independientemente de su ubicación geográfica, acceder a materiales de aprendizaje de alta calidad. Esto es especialmente relevante para aquellos que podrían carecer de recursos en entornos educativos tradicionales.
También facilita el aprendizaje personalizado, adaptándose a las necesidades individuales de cada estudiante; permite la educación a distancia cerrando brechas geográficas; facilita la interacción entre estudiantes y docentes, independientemente de su ubicación; permiten el monitoreo continuo del progreso del estudiante…
Las tecnologías educativas son, según el experto Carlos Magro, fuerzas ambientales que influyen en nuestra forma de comprender el mundo y en la forma en la que nos relacionamos con el conocimiento y la información. Se han convertido en un ecosistema que redefine los procesos de enseñanza y aprendizaje, y que la escuela debe integrar de forma consciente y crítica.
El verdadero debate
Así, la pregunta ¿tecnología en las aulas, sí o no?, que tanto nos hacemos cada vez que irrumpe un nuevo avance tecnológico, es una pregunta completamente desfasada que debería ser sustituida por las siguientes preguntas: ¿Es esta tecnología educativa? ¿Quién la ha diseñado y producido? ¿Para qué queremos esa tecnología en la escuela/aula? y ¿cómo queremos utilizarla en educación?
Implementar correctamente la tecnología educativa para aprovechar sus beneficios nos lleva a otras muchas interrogantes: ¿qué objetivos educativos queremos conseguir? ¿Está alineada con nuestros objetivos pedagógicos?
Sin embargo, normalmente, la introducción de la tecnología en las aulas, carece frecuentemente de la reflexión necesaria y ha sido, en muchos casos, precipitada, sin una evaluación crítica de sus impactos y beneficios educativos. Esta incorporación irreflexiva ha provocado las posiciones simplistas y encontradas, que han originado el falso debate de nuestro título: tecnología o educación, como si fueran dos conceptos totalmente contrapuestos. Y esta polarización estéril nos impide avanzar hacia lo que verdaderamente importa: la integración efectiva de la tecnología en el aula para mejorar los aprendizajes de todas y todos. Identificar cuáles son las condiciones específicas que favorecen esta integración para que tenga un impacto positivo.
En conclusión, la tecnología educativa no es una panacea ni una amenaza para la enseñanza tradicional; es una herramienta poderosa cuando se utiliza de manera reflexiva y estratégica. Su potencial radica en su capacidad para adaptarse a las necesidades cambiantes de la educación y para proporcionar un acceso más equitativo a oportunidades educativas. Desmitificar la tecnología educativa implica comprender que su efectividad no proviene de su mera presencia, sino de cómo se integra y potencia la experiencia de aprendizaje, siempre en armonía con los principios fundamentales de la enseñanza efectiva y la conexión humana.
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