República Democrática del Congo, Yemen, Siria, Uganda, Sudán del Sur, Afganistán, Ucrania… A día de hoy, y según datos de Save the Children, uno de cada cinco menores en todo el mundo (esto es, aproximadamente, 420 millones) viven en zonas de guerra. Los datos nos muestran una realidad devastadora: también, según Save the Children, en los conflictos actuales hay cinco niños asesinados por cada soldado muerto en combate. Y cuando las imágenes de un conflicto, antes de caer en el olvido, empiezan a inundar las pantallas de nuestros dispositivos, vemos cómo se bombardean escuelas o cómo son separados de sus familias, se les recluta para convertirlos en soldados o son víctimas de violencia sexual.
Estos niños no solo ven cercenados su derecho a una educación de calidad y sus posibilidades de futuro. La situación a la que se les expone, en la que se ven forzados a abandonar sus casas, sus entornos, su escuela y dejar atrás a amigos y familiares, perjudican su desarrollo psicosocial. ¿Cómo podemos ayudarles? ¿Cómo garantizar su acceso a una educación de calidad? ¿Cómo dar respuesta a sus necesidades de apoyo psicológico y socioemocional? En este artículo vamos a explorar algunas claves para ayudarles a sobrellevar una situación que ha dejado sus vidas y su educación en el aire.
Destinar fondos de emergencia a la educación
La educación salva vidas
En medio de un conflicto, la educación salva vidas. “Las escuelas pueden proteger a los niños contra los traumas y los peligros físicos que les rodean. Cuando los niños no van a la escuela corren un mayor riesgo de ser víctimas de abuso, explotación y reclutamiento en grupos armados”, afirma Jo Bourne, jefa de educación de UNICEF. Por ejemplo, según COALICO, en Colombia la interrupción de clases durante la pandemia de COVID-19, aumentó las cifras de reclutamiento forzado por parte de grupos armados en un 113%. Durante los episodios de inestabilidad y violencia, las escuelas deben poder ser entornos seguros donde los niños puedan no solo aprender, sino también jugar y recuperar la normalidad.
La educación es la prioridad de los niños
Según un informe de Save the Children, cuando a los niños se les pregunta en medio de un conflicto, qué es lo que más necesitan, la mayoría contestan que quieren continuar con su educación. Porque la educación no solo ofrece protección inmediata y a corto plazo en medio de una crisis. Sabemos que la educación de calidad es clave para que estos niños y niñas alcancen su máximo potencial y tengan un futuro próspero y en paz.
La “hermana pobre” de la ayuda humanitaria
Sin embargo, las agencias internacionales especializadas coinciden en afirmar que la educación es siempre la “hermana pobre” de la ayuda humanitaria: el sector menos financiado en los llamamientos humanitarios. Según la Inter-Agency Network for Education in Emergencies (INEE), en 2020, la educación solo recibió un 2,4% del total de la ayuda humanitaria; y UNICEF confirma que en Uganda, donde se atiende a los refugiados del conflicto en Sudán del Sur, el déficit de financiación de los servicios educativos alcanza el 89%.
Apoyo psicosocial inmediato
Los conflictos armados pueden afectar enormemente el desarrollo psicosocial saludable de los niños. Miedo, ansiedad, depresión… a esto hay que sumar dificultades como pérdida de meses e incuso años de escuela como consecuencia de los desplazamientos, nuevos idiomas, falta de material escolar, entornos de pobreza e inseguridad, problemas de estigmatización… Normalmente, los procedimientos nacionales de asilo proporcionan a los niños refugio, pero sus necesidades psicosociales no suelen ser atendidas. Esto puede suponer una importante amenaza para su desarrollo y bienestar. Las buenas noticias son que, con el apoyo adecuado, la mayoría de los niños son capaces de hacer frente a todas estas adversidades.
La organización War Child cuenta con una amplísima experiencia en este tipo de intervenciones, respaldada por numerosos estudios e investigaciones. Sus programas están diseñados para que niños y jóvenes desarrollen su resiliencia y fortalezas innatas, y se basan en un enfoque integrado, con varios niveles de intervención, que se dirige también a cuidadores y docentes. ¿Qué lecciones podemos extraer de su experiencia?
Las familias y cuidadores también importan
Los niños que viven en medio de un conflicto armado no crecen aislados: el estrés y las amenazas físicas a las que se enfrentan suelen afectar también a sus padres y cuidadores. Esta carga de estrés puede afectar a su capacidad para cuidar y proteger a los niños. Por eso es preciso desarrollar programas que se dirijan a reducir este estrés y a reforzar sus capacidades de crianza. Además de a los cuidadores, padres y madres, es importante desarrollar intervenciones que se dirijan a la familia completa, ayudándoles a que trabajen juntos para desarrollar interacciones positivas.
Cuidar la salud mental en comunidad
Normalmente, cuando hablamos de situaciones de conflicto armado, los recursos para la atención de la salud mental son en gran medida inexistentes por lo que los niños no pueden recibir la atención que necesitan. Es preciso desarrollar herramientas sencillas, replicables y de bajo coste para la detección temprana de este tipo de problemas. Por ejemplo, War Child ha desarrollado una herramienta innovadora y de bajo costo basada en dibujos que muestran imágenes de niños con problemas socioemocionales. Estas ilustraciones permiten a los miembros de la comunidad, convenientemente formados, identificar a niños con este tipo de problemas y derivarlos hacia los servicios pertinentes. En este sentido la OMS ha puesto en marcha una intervención para que niños y adolescentes puedan tener acceso a un tratamiento. La intervención (Early Adolescent Skills for Emotions) se compone de siete sesiones grupales para los adolescentes y tres para sus cuidadores. Las sesiones son impartidas por personas no especializadas pero formadas para ello (de ahí la facilidad de acceso, el bajo coste y la replicabilidad) y se dirige, sobre todo, a entender las emociones y el manejo del estrés.
El juego aumenta la resiliencia
El juego forma parte natural de la actividad infantil desde que nacemos. Es una forma de desarrollar nuestras capacidades cognitivas. Como explican en este artículo de ACNUR, la terapia del juego es un método empleado en psicología para detectar los traumas en los niños que aún no son capaces de expresarlos con palabras. Pero en niños más mayores, el juego también cumple un papel fundamental para ayudarles a superar sus traumas. Más allá de sus utilidades educativas, les permite expresarse emocionalmente y según la UNESCO incorpora los conceptos de amistad y respeto por los demás. El juego limpio se define como una forma de pensar, no solo una forma de comportarse.
La educación de las niñas y niños en situación de conflicto no puede esperar. En estos contextos especialmente complicados y vulnerables, la tecnología y la educación digital pueden ayudar superar algunas de las barreras que los niños y niñas enfrentan cada día. Ahora bien, ¿cómo sacar el máximo provecho de estas tecnologías? ¿Cómo pueden contribuir a la solución de estos problemas y obstáculos? Permanece atento. Lo veremos en un próximo post.