Priorizar la educación para acelerar el desarrollo

La educación de calidad es la mejor inversión que pueden realizar los países para asegurar su futuro y el de sus habitantes. Con motivo del Día Internacional de la Educación, la directora general de ProFuturo, Magdalena Brier, reflexiona sobre la necesidad de un compromiso global para la transformación de la educación.

Priorizar la educación para acelerar el desarrollo

“Si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia”. Esta conocida frase, atribuida a quien fuera rector de la Universidad de Harvard, Derek Bok, es una forma muy gráfica de expresar lo que el sentido común y los estudios económicos llevan años diciéndonos: la educación de calidad es la mejor inversión que un país puede hacer por su futuro y por su gente.

Esto es hoy más cierto que nunca pues el mundo afronta grandes retos que ponen en peligro su futuro y a los que solo se puede hacer frente desde la educación: cambio climático, acentuación de las desigualdades económicas y sociales, incremento de la violencia social y política…

El año 2023 marca el ecuador del camino hacia la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Han pasado ocho años desde que se presentó la estrategia y nos quedan otros siete por delante para alcanzar las metas y los objetivos marcados. Diecisiete objetivos y uno de ellos, la educación, como el catalizador más potente para acelerar la consecución de todos los demás y, con ello, el desarrollo de todas las naciones.

En este contexto, un año más, y este será el quinto, las Naciones Unidas celebraron el Día Internacional de la Educación, bajo el lema “Invertir en las personas, priorizar la educación”. La celebración de este año pretende aprovechar el impulso mundial generado por la pasada Cumbre sobre la Transformación de la Educación en la que la comunidad internacional renovó su compromiso con el objetivo de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad para todas y todos, y nos conmina a pasar a la acción de forma urgente.

Cumbre Mundial EducaciónProFuturo, que tuvo el privilegio de participar y compartir su experiencia en este foro internacional, tiene evidencias del poder transformador que la educación digital ofrece en entornos donde el acceso a una experiencia de aprendizaje de calidad, memorable y personalizada para cada niño es más difícil. Hemos podido observar cómo, en diferentes puntos geográficos, la existencia de un aula que integra recursos y herramientas digitales produce cambios tan importantes como la disminución del abandono y el absentismo escolar, el aumento de la motivación para ir a la escuela y prestar atención en clase o la mejora de las competencias digitales, en los niños, sus docentes e, incluso, sus familias.

La educación es el catalizador más potente para acelerar la consecución de todos los demás ODS y, con ello, el desarrollo de todas las naciones.

Pero si queremos que todas las niñas, niños y jóvenes del planeta tengan derecho a una educación de calidad, aún queda mucho camino por delante. Un camino que empieza con un compromiso: el compromiso firme de todas y todos con la transformación sustancial de nuestros sistemas educativos. Esta transformación pasa por:

Integrar la tecnología en los procesos de enseñanza y aprendizaje. La aplicación de la tecnología a la educación en entornos vulnerables puede ayudar a resolver muchos de los grandes retos de acceso, equidad, inclusión y calidad a los que se enfrentan los sistemas educativos de muchos países. Sin embargo, nunca debemos olvidar que la tecnología es un medio y no un fin en sí mismo y que, si queremos que sirva al propósito de disminuir brechas educativas, la “pedagogía digital” y la formación docente en relación con esta deben situarse en el centro de nuestra visión.

Reimaginar el aula. Debemos darle la vuelta a la forma en la que los estudiantes aprenden realmente. Necesitamos experiencias educativas que pongan al alumno en el centro. Se acabó la educación concebida únicamente como una clase magistral en la que el docente habla y el estudiante escucha. Necesitamos pedagogías activas, que se centren en el estudiante y lo convierta así en parte activa de su aprendizaje.

Incorporar nuevas competencias. Porque, junto con la forma de aprender, debemos cambiar las cosas que aprendemos. Porque al mismo tiempo que aprenden a leer, escribir y hacer cálculos básicos, los estudiantes deben desarrollar habilidades digitales y competencias como el pensamiento crítico, la comunicación, la creatividad, la resolución de problemas o el trabajo en equipo, que les harán mucho más fácil desenvolverse en las sociedades actuales y del futuro.

Reinventar la profesión docente. Como hemos dicho, hoy más que nunca, necesitamos docentes preparados y convencidos que vayan mucho más allá de la mera transmisión de conocimiento a la vieja usanza. Las nuevas tecnologías en educación ofrecen un potencial enorme para acelerar el aprendizaje y hacerlo más accesible. Sin embargo, una cosa está clara: si el docente no está preparado para usar esas tecnologías, no podremos aprovechar el enorme potencial de la educación digital. Necesitamos docentes digitales con competencias específicas para poner la tecnología al servicio del modelo pedagógico e introducirla en el aula para mejorar la calidad de la enseñanza. La incorporación de la tecnología en la educación no es un proceso automático ni simple: conlleva el reto de formar un nuevo profesional, un nuevo profesor que sepa hibridar estas tecnologías a su práctica pedagógica para promover aprendizajes en sus alumnos.

Invertir más y mejor.  Una transformación de estas características demanda, como no podía ser de otra manera, de inversiones importantes. Y esto, en un contexto como el actual, de restricciones presupuestarias en muchos países del mundo, debe venir acompañado de grandes dosis de ingenio y creatividad que nos ayuden a maximizar el impacto de cada euro invertido. Una manera de hacerlo es propiciando y fomentando las alianzas público-privadas que ya han sido clave en muchos aspectos de la transformación digital de la educación, como por ejemplo, en la búsqueda de soluciones para la conectividad, la producción de contenidos, el desarrollo de plataformas digitales o la formación docente. La inteligencia de datos, cómo no, también puede contribuir mucho a optimizar el gasto, ayudándonos no solo a analizar y mejorar los resultados del aprendizaje sino a tomar decisiones inteligentes e informadas. Además, a nivel global, los datos nos ayudarán a no “reinventar la rueda” y a tener un enfoque innovador fundamentado en datos: a convertirnos en una verdadera organización de aprendizaje que prueba nuevos procedimientos y recopila datos sobre ellos para adaptar su aplicación.


Si queremos que todas las niñas, niños y jóvenes del planeta tengan derecho a una educación de calidad, aún queda mucho camino por delante. Y ese camino empieza con el compromiso firme de todas y todos con la transformación sustancial de nuestros sistemas educativos.

La consecución de nuestro objetivo, “no dejar a nadie atrás en una educación excelente” requiere de múltiples vías y fórmulas. Es una necesidad urgente de gobiernos y administraciones públicas, de los sistemas educativos como un todo, de las organizaciones del tercer sector, de fundaciones corporativas como la nuestra y, sobre todo, de la sociedad civil, de familias y colectividades que asuman también su rol transformador. En algo que vertebra de forma categórica nuestras sociedades y culturas es imposible avanzar si no estamos unidos todos por una misma causa. Nuestro futuro como humanidad depende del talento de cada uno de sus miembros, como individuos y comunidades, y en ello debemos invertir. Priorizar la educación en las agendas políticas, económicas y culturales es invertir en las personas, en la igualdad de derechos, en la justicia, en la sostenibilidad, en el compromiso por la paz y, en definitiva, en un futuro más aleccionador que nuestro presente.

También podría interesarte