No hemos hecho los deberes
No nos engañemos. Las cosas no van bien en educación. A pesar de los avances conseguidos durante los primeros años del siglo XXI en términos de escolarización, los progresos resultaron insuficientes y desiguales. Sobre esa situación de base, llegó la pandemia de COVID-19, una crisis que ha provocado un daño incalculable a la educación de millones de estudiantes en todo el mundo y a sus perspectivas futuras.
En 2021, 244 millones de niños y jóvenes estaban sin escolarizar. Según datos de UNICEF, en la actualidad, el 64,3 % de los niños en el mundo, en todos los países, son incapaces de leer y entender una historia simple. Esta cifra alcanza el 70% en los países de ingreso medio y el 89% en el África subsahariana. Mientras, 840 millones de jóvenes abandonarán el colegio en la adolescencia y sin cualificaciones necesarias para un futuro trabajo.
El Banco Mundial, UNESCO y UNICEF han estimado que, como resultado del cierre de escuelas, la actual generación de estudiantes podría perder en ingresos a lo largo de su vida hasta el equivalente a 17.000 millones de dólares a valor presente, lo que representaría el 14% del PIB mundial actual.
Los organismos internacionales llevan mucho tiempo avisando: si no hacemos nada, corremos el peligro de dejar a toda una generación atrás. Los gobiernos deben poner todos los medios a su alcance para revertir las pérdidas de aprendizaje y darle la vuelta a la educación. Sin embargo, menos de la mitad de los países tienen estrategias para ayudar a los niños a ponerse al día y la mitad de los países han recortado sus presupuestos en educación.
Un famoso científico dijo una vez que si queríamos conseguir resultados diferentes, teníamos que hacer las cosas de forma diferente. No podemos esperar que lo que no funcionaba antes de la pandemia, funcione ahora. O, en palabras de Leonardo Garnier, asesor especial de la Cumbre para la Transformación de la Educación, “Si realmente queremos que todos los jóvenes de este planeta tengan derecho a una educación de calidad, (…) tenemos que transformar las escuelas, el modo de enseñanza de los profesores, la forma en que utilizamos los recursos digitales y cómo financiamos la educación”.
Siete nuevas iniciativas mundiales
Con este espíritu, el de transformar la educación, se convocó y celebró el pasado mes de septiembre la Cumbre sobre la Transformación de la Educación de la ONU (en la que ProFuturo estuvo muy presente). En este sentido, el objetivo de la Cumbre fue movilizar el liderazgo y el compromiso de los gobiernos, las organizaciones y la sociedad civil para construir juntos una educación de calidad, equitativa e inclusiva y promover oportunidades de aprendizaje inclusivas para todos. Para ello, se lanzaron siete nuevas iniciativas mundiales que pretenden captar el espíritu de transformación que hay que inyectar en los sistemas educativos.
- Educación ecológica para que todos los alumnos estén preparados para el cambio climático;
- Conectar a todos los niños y jóvenes a soluciones digitales;
- Abordar la crisis del aprendizaje fundacional entre los jóvenes estudiantes;
- Transformar los sistemas educativos para que todos los niños y jóvenes afectados por la crisis puedan acceder a un aprendizaje inclusivo, de calidad, oportunidades de aprendizaje seguras y la continuidad de la educación;
- Promover la igualdad de género y el empoderamiento de las niñas y las mujeres;
- Transformar la financiación de la educación invirtiendo más, de forma más equitativa, más eficiente y más innovadora;
- Capacitar a los jóvenes para que sean líderes eficaces en la remodelación de la educación.
Del dicho al hecho: definiendo indicadores
¿Cómo se traducirán estas aspiraciones y declaraciones en resultados concretos y cómo se responsabilizará a los países y a los socios del desarrollo de su consecución? Pues, tal y como se ha hecho hasta ahora con los compromisos ya adquiridos, a través de indicadores y puntos de referencia que servirán a los países para medir sus progresos.
Actualmente, ya existen siete indicadores de referencia que abarcan algunas de las nuevas iniciativas mundiales. Por ejemplo, la iniciativa mundial relacionada con la crisis de aprendizaje básico y fundacional puede ser supervisada con los indicadores ya existentes de tasas de finalización y de nivel mínimo de competencia. Los progresos de la iniciativa global de educación en situaciones de emergencia, pueden ser captados por el indicador relacionado con la tasa de deserción desglosada específicamente para poblaciones de personas desplazadas y en situación de refugio. Las aspiraciones de la iniciativa global de igualdad de género se reflejan en la brecha de género en la finalización de la educación secundaria (aunque el concepto de igualdad de género en y a través de la educación es más amplio y, por lo tanto, requiere un conjunto más amplio de indicadores para ser capturado completamente). Por último, la iniciativa global relacionada con la financiación de la educación está adecuadamente cubierta por los dos indicadores establecidos en el Marco de Acción de la Educación 2030 (gasto público en educación medido en relación al gasto total y como porcentaje del PIB).
Sin embargo, el llamamiento a la acción del Comité Directivo de Alto Nivel del ODS 4 sugiere añadir algunos indicadores más a la lista de referencia para medir el progreso de otras iniciativas globales para transformar la educación.
Por ejemplo, se necesitaría un indicador para la iniciativa relacionada con la educación verde o ecológica, cuyo objetivo es conseguir que todos los estudiantes estén preparados para el cambio climático. También se necesitaría un indicador para la iniciativa relacionada con la transformación digital de la educación, que pretende garantizar un aprendizaje digital público de calidad para todas las niñas y niños del planeta.
Una vez identificados los indicadores, se pediría a los países que fijaran sus objetivos nacionales, tal y como muchos de ellos ya han hecho para los ya existentes (3 de cada 4 países se han comprometido con los valores objetivo de 2025 y 2030 para al menos alguno de los siete indicadores de referencia). Este sistema permite que los países adopten una cultura de la responsabilidad compartida y que aborden el déficit de rendición de cuentas asociado a los objetivos a largo plazo. Porque los compromisos y las palabras son importantes, pero para alcanzar las metas que nos hemos propuesto en 2030, necesitamos mucho más que promesas.