¿Te has detenido a pensar alguna vez en cómo la toma de decisiones políticas impacta directamente en la educación que reciben millones de personas? Hoy, más que nunca, los sistemas educativos necesitan una dirección firme y visionaria que les permita enfrentar retos complejos: desigualdades persistentes, tensiones sociales, emergencias climáticas o crisis sanitarias. De acuerdo con el Informe GEM 2025 de la UNESCO (del que ya hablamos en este post) el liderazgo político audaz y reflexivo puede marcar la diferencia entre una educación estancada y una que represente la resiliencia y la capacidad de cambio.
El liderazgo político en educación exige empatía, visión estratégica y la habilidad de tejer alianzas con actores muy diversos. Es esa destreza la que convierte a las políticas educativas en verdaderos motores de transformación social. A lo largo de este texto, apoyándonos en las conclusiones del Informe GEM 2025, veremos cómo quienes dirigen desde el ámbito político pueden ser la piedra angular para forjar sistemas educativos inclusivos, equitativos y preparados para afrontar la incertidumbre que caracteriza a la sociedad del siglo XXI.
La importancia de un liderazgo político con visión amplia
Cuando las escuelas deben hacer frente a conflictos, presiones económicas o cambios estructurales en la forma de aprender y enseñar, el liderazgo político deja de ser un concepto abstracto y se convierte en un factor decisivo. Según el GEM 2025, no se trata de ejercer el poder por el poder mismo, sino de influir positivamente en la dirección que toma el sistema educativo. Pero, ¿qué implica realmente esto? Significa alinear recursos, objetivos y esfuerzos para que el aprendizaje de todos los estudiantes —especialmente aquellos más vulnerables— se convierta en el eje central del cambio.
A diferencia del liderazgo escolar, que se enfoca en la gestión cotidiana de los centros educativos, el liderazgo político opera a una escala mayor, definiendo políticas nacionales, diseñando marcos curriculares, gestionando presupuestos y construyendo coaliciones con docentes, familias, expertos y organismos internacionales. Aquí, la capacidad de comprensión del contexto, la adaptación y la perseverancia son tan importantes como la solvencia técnica.
La clave, según el informe, radica en la cooperación con actores heterogéneos. Un ministro de educación que escucha a docentes con experiencia, organizaciones de la sociedad civil o comunidades indígenas, y que integra sus voces en el diseño de políticas, está más cerca de forjar un sistema educativo que responda de verdad a las necesidades de quienes aprenden y enseñan.
Superando obstáculos: continuidad y conocimiento del aula
Sin embargo, el camino no está libre de barreras. El Informe GEM 2025 muestra un panorama inquietante: en numerosos países, más de la mitad de los ministros de educación dejan su cargo en menos de dos años. Este dato no es un simple número, sino el reflejo de una realidad en la que los esfuerzos por implementar políticas a largo plazo se ven frustrados antes de que las reformas tengan tiempo de dar frutos. ¿Cómo sostener un programa de alfabetización temprana si, en tan solo 18 meses, las prioridades cambian y el equipo inicial ya no está? La inestabilidad política impide que las transformaciones arraiguen, generando un ciclo de renovación constante que, lejos de revitalizar al sistema, lo deja a medio camino.
A esto se suma la desconexión entre quienes formulan las políticas y la vida en las aulas. Según el mismo informe, solo el 23% de los ministros de educación cuentan con experiencia docente previa. Este dato es significativo: ¿cómo diseñar iniciativas coherentes sin comprender las dinámicas cotidianas del alumnado, las dificultades concretas de los profesores o las carencias de recursos en las escuelas rurales? Esta distancia entre el despacho y el aula no solo dificulta la pertinencia de las medidas, sino que también resta credibilidad a los cambios propuestos. Además, la politización de ciertos nombramientos —en los que se priorizan alianzas partidarias por encima de la experiencia o la capacidad técnica— profundiza esta brecha, haciendo más difícil generar confianza en las reformas.
La fragilidad del liderazgo político se agrava frente a presiones externas como crisis económicas, conflictos armados, desastres naturales o emergencias sanitarias. La pandemia de COVID-19, por ejemplo, afectó a más de 1.600 millones de estudiantes en todo el mundo y puso en jaque a los sistemas educativos a una escala sin precedentes. Sin embargo, fue también un momento revelador: en países donde los responsables políticos actuaron con determinación, flexibilidad y equidad —por ejemplo, invirtiendo rápidamente en plataformas digitales de aprendizaje, apoyando la formación de profesores en entornos virtuales o asegurando dispositivos electrónicos para estudiantes sin recursos— se demostró que es posible responder con agilidad ante lo inesperado. Esto requiere no solo liderazgo, sino conocimiento del terreno y la voluntad de anteponer el bienestar educativo a intereses circunstanciales.
En definitiva, la continuidad en el cargo, la experiencia en el aula y la voluntad de forjar liderazgos técnicos e inclusivos constituyen la base de una dirección política capaz de desarrollar políticas estables, coherentes y adaptadas a la realidad. Sin estos ingredientes, el sistema educativo corre el riesgo de permanecer atrapado en un vaivén que dificulta su resiliencia y, por ende, su capacidad de ofrecer una educación de calidad a las generaciones futuras.
Cuatro dimensiones para un liderazgo político sólido
El Informe GEM 2025 identifica cuatro dimensiones esenciales que deberían orientar el liderazgo político en la educación. Estos son:
Establecimiento de expectativas claras
Un liderazgo político efectivo comienza por establecer una visión clara del futuro educativo del país. Los líderes deben definir objetivos realistas pero ambiciosos, alineados con las necesidades del sistema educativo y con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Esto implica fijar metas concretas en áreas como equidad, acceso, calidad del aprendizaje e infraestructura.
Sin embargo, el informe GEM 2025 advierte que estas expectativas deben ser coherentes y comunicarse a todos los actores del sistema: escuelas, docentes, familias y comunidades. Por ejemplo, países como Finlandia han demostrado cómo una visión educativa compartida y bien articulada puede alinear esfuerzos a nivel nacional, favoreciendo la mejora continua del sistema.
Centrarse en el aprendizaje
El foco central del liderazgo político debe ser el aprendizaje de los estudiantes. Más allá de los resultados medibles, como el desempeño en matemáticas o lectura, es esencial que las políticas educativas consideren el desarrollo integral de los estudiantes, incluyendo habilidades socioemocionales, cívicas y adaptativas.
El informe destaca que los países con líderes comprometidos con el aprendizaje logran mejoras significativas en los resultados educativos. En Jamaica, por ejemplo, los programas implementados por ministerios visionarios integraron estrategias de apoyo académico y bienestar emocional, lo que redujo significativamente las tasas de abandono escolar. Este enfoque muestra que priorizar el aprendizaje implica ir más allá de lo académico, atendiendo las barreras que impiden a los estudiantes alcanzar su potencial.
Fomento de la colaboración
La colaboración es un pilar fundamental del liderazgo político efectivo en educación. Los líderes deben articular alianzas entre gobiernos, actores locales, comunidades, organizaciones civiles y organismos internacionales. Esta cooperación permite abordar desafíos complejos y crear políticas educativas más inclusivas y sostenibles.
El informe GEM 2025 destaca casos como el de Puebla, México, donde la coordinación entre líderes políticos, directores escolares y supervisores fue clave para implementar reformas educativas exitosas. Del mismo modo, los diálogos nacionales en países como Noruega han fomentado la participación de docentes y familias en la toma de decisiones, generando políticas mejor adaptadas a los contextos locales.
Sin embargo, la colaboración no surge de forma espontánea. Requiere de un liderazgo político que promueva la participación, construya confianza y genere espacios de diálogo efectivos.
Desarrollo de capacidades
Finalmente, el liderazgo político debe impulsar el desarrollo de capacidades en todos los niveles del sistema educativo. Esto implica invertir en la formación de docentes, directores escolares y administradores, garantizando que tengan las habilidades y recursos necesarios para implementar las políticas.
El informe GEM 2025 destaca que, en muchos países, la formación en liderazgo sigue siendo insuficiente. Por ejemplo, menos del 50% de los programas de formación para directores de escuelas abordan dimensiones clave como la colaboración o el desarrollo profesional del personal docente. Los líderes políticos tienen la responsabilidad de crear políticas que integren programas de capacitación continua, fomentando la profesionalización del liderazgo escolar y de gestión educativa.
En países como Singapur, este desarrollo de capacidades se ha materializado a través de programas de formación estructurados, donde los líderes escolares reciben mentoría y formación práctica, lo que ha permitido mejorar notablemente la gestión y los resultados educativos.
Cómo fortalecer el liderazgo político en educación
El informe GEM 2025 subraya que fortalecer el liderazgo político en educación es clave para transformar los sistemas educativos y prepararlos para los desafíos actuales y futuros. Para lograrlo, presenta una serie de estrategias concretas que buscan profesionalizar el liderazgo, promover la transparencia y fomentar la equidad de género en los puestos de decisión.
Invertir en formación especializada para ministros y equipos técnicos
Uno de los desafíos más significativos del liderazgo político en educación es la falta de formación específica de los líderes. Según el informe, solo 23% de los ministros de educación tienen experiencia previa como docentes, lo que puede generar políticas desconectadas de las realidades del aula. Para subsanar esta brecha, el GEM 2025 recomienda invertir en programas de formación especializada tanto para ministros como para sus equipos técnicos.
Estos programas deben centrarse en la gestión educativa, el análisis de datos y la toma de decisiones informadas. Un ejemplo de buenas prácticas se observa en Singapur, donde los líderes políticos y técnicos participan en programas estructurados que combinan formación teórica con experiencias prácticas. Además, la mentoría y el acceso a expertos permiten a los responsables de las políticas educativas comprender mejor las necesidades de los sistemas que dirigen y diseñar soluciones efectivas y adaptadas al contexto.
Garantizar procesos de selección abiertos y transparentes para líderes educativos
La politización de los nombramientos en el ámbito educativo es otro obstáculo importante. En muchos países, los líderes escolares y técnicos son seleccionados no por méritos, sino por afinidades políticas, lo que compromete la calidad y estabilidad de la gestión educativa. El informe GEM 2025 enfatiza la necesidad de garantizar procesos de selección abiertos, transparentes y basados en competencias, tanto para ministros como para directores de escuelas y supervisores.
Países como Rumanía han demostrado que las selecciones competitivas, donde los candidatos son evaluados de manera objetiva, mejoran los resultados educativos. Asimismo, la profesionalización del liderazgo escolar, con criterios claros y procesos imparciales, refuerza la confianza pública en las instituciones educativas y asegura que los líderes seleccionados tengan las habilidades necesarias para enfrentar los desafíos del sector.
Fomentar la participación de más mujeres en roles políticos clave
El informe GEM 2025 resalta un hallazgo clave: los países con mayor representación femenina en posiciones de liderazgo político han logrado avances significativos en educación. Las mujeres en roles de toma de decisiones tienden a priorizar políticas orientadas a la equidad educativa y a la mejora del gasto en educación. Sin embargo, a nivel global, solo el 30% de los ministros de educación son mujeres, y la brecha persiste también en otros niveles de liderazgo.
Para superar esta situación, el GEM 2025 recomienda implementar políticas activas que fomenten la participación femenina, como programas de desarrollo de liderazgo, mentorías y medidas temporales como cuotas de género. En países como Ruanda, la reserva del 30% de los puestos de liderazgo para mujeres ha logrado un cambio significativo, incrementando la diversidad en la toma de decisiones y promoviendo políticas más inclusivas.
Construyendo resiliencia a través de un liderazgo político transformador
El liderazgo político en educación no se limita a un ejercicio de poder; implica inspirar confianza, movilizar recursos, crear consensos y apostar por el futuro. ¿Cómo lograrlo? Reconociendo la complejidad del panorama educativo, sabiendo que no existen soluciones rápidas y recordando que cada decisión repercute en millones de estudiantes. Es en la interacción y en el diálogo donde se fragua la resiliencia, esa capacidad de un sistema para resistir tensiones, reinventarse y prosperar.
No se trata de imponer recetas, sino de coconstruir políticas junto a docentes, familias, especialistas y comunidades. Es un trabajo exigente, que demanda paciencia y voluntad de escuchar a quienes a menudo han permanecido al margen de las decisiones. Pero el esfuerzo vale la pena: un liderazgo político sólido puede llevarnos más cerca de una educación preparada para las incertidumbres del presente y las transformaciones del futuro.
Fortalecer este tipo de liderazgo no es una mera recomendación académica. Es una tarea urgente, un punto de partida para que la educación deje de ser frágil ante las crisis. De esa forma, las próximas generaciones encontrarán en la escuela no solo respuestas, sino también las herramientas para formular las preguntas y soluciones que el mañana requerirá. ¿Estamos listos para asumir ese reto? La decisión está en manos de quienes lideran, y también en las nuestras, al exigir y apoyar un liderazgo político realmente comprometido con la educación.