Innovación educativa en las Américas: creatividad desde el aula

Innovar también es posible en contextos en los que faltan recursos pero sobran las ideas. Así lo demuestra el Segundo Mapeo de Buenas Prácticas en Educación Digital de las Américas, impulsado por la OEA y la Fundación ProFuturo. Con 179 experiencias en 17 países, el informe revela cómo docentes y comunidades están usando la tecnología para transformar el aula, reducir brechas y construir una educación más inclusiva y significativa. En este artículo te contamos cómo se ha hecho y qué aprendizajes deja.

Innovación educativa en las Américas: creatividad desde el aula

La educación digital crece. Lo hace a un ritmo desigual, como casi todo en América Latina. Mientras algunos colegios incorporan pizarras interactivas y plataformas de aprendizaje en línea, otros apenas cuentan con conexión estable o dispositivos suficientes para que cada niño toque un teclado. Esta brecha, visible y persistente, no es sólo una cuestión de recursos: es también un desafío pedagógico y social que obliga a repensar la forma en la que enseñamos y aprendemos.

En este contexto, la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Fundación ProFuturo, el programa de innovación educativa impulsado por Fundación Telefónica y “la Caixa”, decidieron unir esfuerzos para elaborar el Segundo Mapeo de Buenas Prácticas en Educación Digital de las Américas. La iniciativa buscaba identificar, documentar y compartir experiencias educativas que, más allá del brillo de la tecnología, demuestren capacidad real de transformar el aula.

Una herramienta para conocer, inspirar y transferir

Mapeo OEA ProFuturoEl Segundo Mapeo de Buenas Prácticas en Educación Digital de las Américas es mucho más que un simple catálogo de proyectos. Es una herramienta pensada para conocer, inspirar y transferir. Su objetivo principal ha sido identificar experiencias concretas que utilizan las tecnologías digitales como palanca de mejora educativa, analizarlas con rigor y compartirlas de manera accesible para quienes buscan nuevas formas de enseñar.

La convocatoria estuvo abierta a dos tipos de actores: por un lado, instituciones educativas (escuelas primarias, secundarias e incluso centros de educación inicial) y por otro organizaciones de la sociedad civil con proyectos en entornos formales o no formales. Entre octubre y noviembre de 2024, se recibieron 179 postulaciones procedentes de 17 países, una muestra amplia que refleja la vitalidad y diversidad del ecosistema educativo latinoamericano.

Para que una experiencia se considerase “buena práctica” admisible, debía cumplir cuatro requisitos: estar fundada en el derecho a la educación, integrar tecnologías digitales de manera significativa, aportar evidencia sobre sus resultados y haber tenido continuidad en el tiempo. Más allá de estos mínimos, las iniciativas se evaluaron según cinco criterios clave: pertinencia (la coherencia entre objetivos y acciones), centralidad de la tecnología (que no fuera un adorno), sistematización (la capacidad de documentar procesos), replicabilidad (la posibilidad de adaptarse a otros contextos) y enfoque de equidad (su impacto en poblaciones vulnerables).

El producto final es un repertorio inclusivo, donde caben desde proyectos de robótica en zonas rurales hasta redes de formación docente en plataformas abiertas. Porque, en este mapeo, innovar significa tanto usar herramientas digitales como hacerlo con un propósito claro y socialmente valioso.

Radiografía de las experiencias recogidas

Como ya hemos mencionado, el mapeo reunió un total de 179 experiencias, un volumen que habla de la riqueza y la diversidad de las iniciativas de la región. Las propuestas abarcan un espectro notable de contextos geográficos, institucionales y pedagógicos, demostrando que la innovación educativa no es patrimonio exclusivo de los grandes centros urbanos ni de las escuelas mejor dotadas.

En términos de participación por país, destacan México, con el 37% de las experiencias; Colombia, con el 22%; y Ecuador, con el 10%. Perú y Argentina también aportaron un número significativo de proyectos, confirmando que el interés por la educación digital se extiende de norte a sur.

El contexto de aplicación revela otra clave importante. Si bien la mayoría de las prácticas se desarrollaron en entornos urbanos (54%), un tercio se implementó en ámbitos mixtos que combinan zonas urbanas y rurales, y un 13% tuvo lugar exclusivamente en zonas rurales. Este último dato es especialmente relevante, porque muestra que la tecnología también está llegando (aunque no sin dificultades) a escuelas pequeñas y comunidades alejadas.

Por niveles educativos, el predominio corresponde a la secundaria (52% de las prácticas), seguida de la primaria (41%) y, en menor medida, la educación inicial (4%). Esta distribución refleja la tendencia a priorizar la formación digital en etapas intermedias y avanzadas de la escolaridad, donde la alfabetización tecnológica cobra un peso determinante.

En lo que se refiere a los destinatarios, el 79% de las iniciativas se orientó directamente a estudiantes, pero más de la mitad incluyó también a docentes (54%) y un 36% incorporó a las familias o la comunidad educativa. El enfoque inclusivo es un rasgo transversal: 114 prácticas declararon estar dirigidas a poblaciones en situación de pobreza o vulnerabilidad, 52 a personas con discapacidad, 46 a población migrante y 34 a pueblos indígenas.

En total, estas acciones alcanzaron a más de 340.000 estudiantes y 208.000 docentes, un impacto que confirma la dimensión real, y no meramente declarativa, de estas propuestas.

 

Este Segundo Mapeo de Buenas Prácticas en Educación Digital de las Américas es una fotografía colectiva de lo que ya está ocurriendo en escuelas y organizaciones que, con recursos limitados pero mucha voluntad y determinación, intentan demostrarnos que otra educación es posible.

¿Qué tecnologías se están usando?

Si se observa con detalle qué tecnologías utilizan estas experiencias, el mapa es revelador por su pragmatismo. No abundan los grandes despliegues de última generación. La herramienta más frecuente sigue siendo el computador (, presente en un 85% de las prácticas. Le siguen los celulares, que aparecen en el 68% de los proyectos. Este dato tiene una explicación sencilla: son dispositivos cada vez más ubicuos y, en muchos casos, el único recurso disponible para estudiantes y docentes.

Después de estos soportes básicos, destacan las plataformas de gestión de aprendizaje (36%) que permiten organizar contenidos, hacer seguimiento de los estudiantes y crear espacios virtuales de interacción. También aparecen las cámaras y micrófonos (47%), las tablets (44%) y diversos programas de creación multimedia, que muestran cómo las prácticas se apoyan en recursos combinados. Porque si algo caracteriza a la mayoría de estas experiencias es la mezcla de tecnologías: muy pocas recurren a una sola herramienta.

Esta combinación es menos un lujo que una estrategia frente a la escasez. Muchas escuelas aprovechan lo que tienen a mano: un proyector prestado, un móvil compartido, un software gratuito. El resultado es un enfoque pedagógico que no depende de la sofisticación del dispositivo, sino de su uso con sentido educativo.

Aun así, el mapeo también documenta un interés creciente por tecnologías interactivas. La robótica educativa, la programación con placas como MicroBit, la realidad virtual y aumentada y la creación de contenidos digitales se abren camino en aulas rurales y urbanas. Aunque todavía son minoritarias, estas herramientas aportan un valor simbólico y metodológico: enseñan que la educación digital puede ser activa, creativa y conectada con los lenguajes contemporáneos.

Propósitos pedagógicos: cinco enfoques de transformación

Además de recopilar experiencias, el mapeo pidió a cada institución que explicara por qué usaba la tecnología. Las respuestas a esta pregunta permitieron identificar cinco propósitos pedagógicos principales, que definen las prioridades educativas de la región.

El primero y más frecuente fue el desarrollo de competencias digitales, declarado por el 65% de las prácticas. Aquí se incluyen proyectos que enseñan a los estudiantes a programar, manejar plataformas de aprendizaje, crear contenidos multimedia o comprender los entornos virtuales donde transcurren buena parte de sus vidas. En un continente marcado por la brecha de habilidades digitales, esta intención resulta tan estratégica como urgente.

Le sigue el propósito de enriquecer la enseñanza de los contenidos escolares (61%). Este enfoque muestra que la tecnología no es solo un área de conocimiento, sino un recurso transversal que puede apoyar la comprensión de matemáticas, ciencias, lengua o historia. Desde el uso de simuladores climáticos hasta la creación de videojuegos educativos, las experiencias confirman que lo digital puede enriquecer los modos de aprender.

La educación inclusiva y equitativa ocupa un lugar destacado, con un 57,5% de prácticas orientadas a atender poblaciones vulnerables: estudiantes en situación de pobreza, personas con discapacidad, migrantes o comunidades indígenas. Aquí, la tecnología aparece como una herramienta de compensación, capaz de reducir distancias y ofrecer oportunidades allí donde antes solo había carencias.

El cuarto propósito, declarado por el 38,5%, es el fortalecimiento de la formación y el desarrollo profesional docente. Este es un aspecto esencial que refleja que los docentes no son meros intermediarios, sino los protagonistas de la transformación educativa. Formarlos en el uso pedagógico de las tecnologías y acompañarlos en su apropiación crítica es condición necesaria para que las iniciativas prosperen.

Por último, otro 38,5% de las prácticas persigue la personalización del aprendizaje, adaptando recursos y metodologías a los ritmos, intereses y necesidades de cada estudiante. Esta línea, que requiere información sistemática y tecnologías flexibles, anticipa un cambio de paradigma en la relación entre escuela y alumno.

Es importante señalar que muchas experiencias no se limitan a un solo propósito. Un proyecto puede, al mismo tiempo, formar en competencias digitales, enriquecer contenidos curriculares y atender a poblaciones vulnerables. Esa intersección de fines es, precisamente, uno de los rasgos más valiosos del mapeo: demuestra que la tecnología educativa no es un compartimento estanco, sino un ecosistema de posibilidades que mejora el acceso, la calidad y la continuidad del aprendizaje.

Más allá de la tecnología: ¿qué hace buena a una buena práctica?

Una buena práctica educativa no se define únicamente por la herramienta que incorpora. Ni siquiera por la cantidad de dispositivos conectados en el aula. El mapeo deja claro que lo decisivo no es el qué, sino el cómo y, sobre todo, el para qué se usa la tecnología.

Del análisis de las 179 experiencias, pueden deducirse algunos elementos comunes que explican por qué ciertas iniciativas consiguen un impacto real y sostenido. El primero es la contextualización: cada proyecto parte de un diagnóstico preciso de las necesidades de su comunidad. No hay soluciones enlatadas, sino respuestas creadas a medida, que contemplan el nivel de conectividad, los saberes previos y las características socioculturales de los destinatarios.

Otro rasgo esencial es la participación activa. Las experiencias más valiosas implican a estudiantes, familias y docentes como actores que diseñan, producen y evalúan. Este compromiso compartido refuerza el sentido de pertenencia y aumenta la sostenibilidad de las prácticas.

La sistematización es también un aspecto fundamental. Documentar procesos, registrar avances y reflexionar sobre los resultados permite que las iniciativas no queden en anécdota. Gracias a esta documentación, otras instituciones pueden inspirarse y adaptar lo aprendido.

Un cuarto aspecto clave es la capacidad de escalarse o adaptarse. La replicabilidad no significa copiar sin más, sino identificar los principios que pueden trasladarse a otros contextos. Proyectos que aprovechan tecnologías accesibles, combinan metodologías activas y cuentan con guías didácticas son, en este sentido, los más valiosos para multiplicar el impacto.

Finalmente, destaca la importancia del enfoque de equidad. Evaluar una práctica no solo por su innovación técnica, sino por su contribución a la justicia educativa (por ejemplo, reduciendo brechas de género, ingreso, territorio o discapacidad) es una decisión ética y política. Porque en América Latina, innovar es (o debería ser), sobre todo, una manera de democratizar oportunidades.

Impacto y continuidad: desafíos para sostener las buenas prácticas

Lograr que una experiencia educativa innovadora nazca ya es un reto considerable. Pero el desafío más complejo suele venir después: sostenerla en el tiempo y convertirla en parte orgánica del sistema educativo.

El mapeo identifica tres condiciones necesarias para que estas prácticas prosperen más allá de la voluntad individual de un docente o el entusiasmo puntual de un equipo directivo. La primera es la formación continua. Ninguna tecnología, por prometedora que sea, funciona si quienes deben implementarla no cuentan con capacitación pedagógica y acompañamiento. El desarrollo profesional docente, actualizado y permanente, es la base sobre la que todo se apoya.

La segunda condición es la infraestructura: dispositivos suficientes, conectividad estable y mantenimiento técnico. Muchas de las iniciativas mapeadas se enfrentan a limitaciones de equipamiento que condicionan su alcance y sostenibilidad.

El tercer factor definitivo es el apoyo institucional. Cuando la dirección de la escuela, la administración local y las políticas públicas comparten la convicción de que la innovación es prioritaria, las prácticas tienen más posibilidades de consolidarse y replicarse. Sin este respaldo, incluso las ideas más brillantes corren el riesgo de diluirse con el tiempo.

A largo plazo, es imprescindible construir entornos que favorezcan la innovación: culturas organizacionales que valoren la experimentación y toleren el error como parte del aprendizaje colectivo. En este proceso, las alianzas público-privadas y las redes colaborativas desempeñan un papel decisivo. Articular recursos, compartir experiencias y difundir resultados son estrategias que permiten que el esfuerzo individual se convierta en transformación sistémica.

Hacia una educación digital con sentido

Este Segundo Mapeo de Buenas Prácticas en Educación Digital de las Américas es una fotografía colectiva de lo que ya está ocurriendo en escuelas y organizaciones que, con recursos limitados pero mucha voluntad y determinación, intentan demostrarnos que otra educación es posible.

El reto ahora es seguir compartiendo, adaptando y ampliando estas prácticas para que su impacto no quede limitado a los lugares donde nacieron. El valor del mapeo radica precisamente en ofrecer un recurso vivo, útil para quienes creen que la transformación educativa se construye desde las aulas, con visión de futuro y voluntad de cambio.

Para explorar estas experiencias en detalle, acceder a los materiales y conocer más casos inspiradores, puedes consultar el mapa interactivo y la publicación completa en:
https://portal.educoas.org/es/redes/bbpp/explora

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